El caso del secuestro de Alan Pulido en Ciudad Victoria, Tamaulipas, inundó los medios durante el domingo y ayer lunes. Primero, su privación ilegal de la libertad anunciaba algo que parece rutinario: nadie está exento de ser victima de la rampante criminalidad que azota, especialmente, ese estado de la república. Evidentemente todos los casos de secuestros son iguales hasta que los medios y la acción selectiva de la autoridad demuestran lo contrario. Porque reportar, ex post facto, cientos de casos de ejecuciones y secuestros con pocos resultados judiciales positivos puede resultar en cierto costos políticos para un gobierno, pero hacer público el secuestro de una persona “famosa” justo unos días antes de una elección puede tener un alto impacto en el resultado de las mismas. Así que entre la presión de los medios, la presión que ha de haber ejercido el Club de Fútbol Olimpiacos, y la elecciones en puerta obligaron a la inusual coordinación de fuerzas del orden. Al final el jugador de fútbol fue rescatado y mostrado a los medios como la gran eficiencia policiaca que no-caracteriza al gobierno del estado de Tamaulipas.
El reporte oficial, que se han dado a la tarea a difundir y repetir hasta el cansancio en medios, dice que Alan forcejeó y sometió al único captor que lo custodiaba quitándole celular y pistola. Que realizó dos llamadas en las que consiguió dar santo y seña del lugar donde se encontraba para que lo rescataran. Así, afortunadamente, el jugador regresó a salvo con su familia no sin antes, voluntariamente o no, hacerle el caldo gordo al gobernador Egidio Torre. Los comentarios sobre el reporte, sobre los inverosímil del relato y sobre lo conveniente del caso no se han hecho esperar las expresiones de incredulidad y sospechosismo (como dijera aquel Secretario de Gobernación con amoríos telenovelescos). Muchas parecen ser las razones de tal respuesta.
Primero, la autoridad comete siempre un error al responder de manera más eficaz y coordinada a los casos que involucran a personas famosas o a miembros de las élites políticas y económicas, que a los casos del ciudadano común quien es el protagonista de la gran mayoría de los casos de violencia y corrupción. Esto representa una muestra de discriminación estructural.
Segundo, si en verdad el secuestro y el rescate sucedieron como lo describen los reportes oficiales, entonces estamos probablemente ante uno de los casos de privación ilegal de la libertad más mal ejecutados de la historia y, posiblemente, también ante la demostración que sólo se necesita ser un “gran atleta” para poder escapar de las garras del crimen organizado. No es que la versión oficial sea necesariamente falsa, sino que resulta inverosímil.
Tercero, el que esta exitosa operación relámpago de localización y liberación del jugador suceda justo a unos días antes de las elecciones y pueda funcionar como para maquillar la terrible incapacidad que el gobierno tamaulipeco ha demostrado en su guerra contra la inseguridad y la corrupción ha llevado a algunos a lucubrar que el secuestro fue un montaje. A mi me cuesta mucho pensar que el gobierno del estado de Tamaulipas sea capaz de simular un acto como este, poniendo en peligro la integridad física del jugador arriesgándose, así, a un mayor costo político; lo que me lleva a una hipótesis diferente: Digamos que el secuestro sucedió como lo relatan las autoridades y, al parecer, el propio Alan Pulido (y que si no hubiese sido el jugador el secuestrado esa noche muy probablemente no nos habríamos enterado); digamos entonces que en el gobierno de la ciudad o del estado se enteran y alguien se comunica con los plagiarios y pide que lo liberen, que se “equivocaron” de víctima (por ser famoso y por hacerlo tan cercano a las elecciones) y que deben soltarlo o “permitir” que las autoridades lo recuperen para no hacer más grande el caso y así “controlar el daño” tanto a la autoridad como al grupo de delincuentes. Lo que querría decir que el plagio fue real y resuelto en una negociación “política” en un estado en el que por años la línea que distingue gobierno de crimen organizado es deleble.
“Haiga sido como haiga sido” (como triunfalmente expresaba Felipe Calderón), el caso del secuestro de Alan Pulido es relevante no porque demuestre que el crimen organizado alcanza a todos por igual sin importar la fama; tampoco lo es porque muestre una actuación selectiva de los cuerpos policiacos en casos “delicados”. El drama del caso no es relevante por ser un gran montaje electorero porque no es claro que hoy el gobierno tamaulipeco obtenga ganancias electorales, no por el hecho de haber rescatado al plagiado sino por la preponderante inseguridad que permitió, de primera instancia, que el jugador fuera secuestrado. Si es muy relevante, a mi parecer, porque evidencia la poca legitimidad y credibilidad que merecen las instituciones políticas y de seguridad en nuestro país. Es cierto que ante un caso como esto no faltarían, en cualquier contexto, quienes intentaran desacreditar al gobierno, pero el desencanto con la autoridad parece ser un sentimiento generalizado. La ingobernabilidad (local, regional, nacional) no comienza con grandes movilizaciones y rebeliones, sino con esta fuerte y compartida sensación de incredulidad y desconfianza hacia todos los niveles de autoridad.
- Amando Basurto Salazar
Doctor en Política por la New School for Social Research, N.Y. y Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional Autónoma de México @amandobasurto