Por Amando Basurto-
La
cámara de diputados aprobó la Reforma Laboral la semana pasada, aquélla que
según algunos aumentará el empleo y la competitividad económica del país, pero
que otros acusan de catastrófica para los derechos de los trabajadores. Tanto
se ha escrito al respecto que no creo que valga la pena repetir aquí un
análisis sobre lo terrible o lo benéfica que será la nueva ley. Lo que sí creo
que vale la pena es comentar lo que la reforma y la oposición a la misma
significan laboral y políticamente.
Habría
que iniciar por decir que la reforma, ciertamente, tiene como objetivo hacer
más competitivo el mercado laboral y de abatir el desempleo. Esta es la gran
promesa incumplida de la administración de Felipe Calderón. También es una de
las promesas de la administración que tomará cargo el próximo primero de
diciembre. La reforma es, en este sentido, parte del “cumplimiento” tardío o
adelantado –según se quiera ver– de vagas promesas de campaña. Sin embargo,
esta consideración nos lleva a las siguientes preguntas: ¿será que los
mexicanos necesitamos más y no mejores trabajos? ¿será que lo que se
necesita es más empleo aunque sea mal remunerado, limitado por corruptelas y
charrismos sindicales? ¿a poco la “subcontratación” no será solo un “parche” en
la disfuncionalidad contractual de las empresas? ¿a poco las malas condiciones
laborales no seguirán aumentando el “empleo informal”? ¿no será que lo que se
requiere es mejorar las condiciones laborales, eliminar todos los rastros de
discriminación y terminar con los sindicatos corruptos e ineficientes?
Entonces, ¿no tendíamos que estar hablando mejor de aumentar la calidad del empleo
y no simplemente de abatir el desempleo?
El
grave problema para quienes no somos “empresarios empleadores” (si, de esos que
no contratan trabajadores para generar ganancia y gastársela sino que son buenos
samaritanos que “crean empleo”) es que las políticas laborales en México han
estado secuestradas ya sea por los patrones ya sea por los aparatos
corporativistas en los que se han convertido muchos sindicatos. También nos
encontramos cuasi-maniatados frente a un gobierno que históricamente se ha
aliado con los empresarios o se ha coludido con los sindicatos. El colmo es que
la “izquierda” tampoco propone un esquema laboral nuevo, en cambio ofrecen una
defensa a ultranza incluso de los peores vicios sindicales y una gran incapacidad
de actuar sin terminar infructuosamente boicoteando el trabajo legislativo.
Pero el
problema no termina con la aprobación de una ley en detrimento de los “derechos
históricos” de los trabajadores y a favor de la “competitividad” de todo
México, dicha aprobación hace evidentes algunos de los límites “democráticos”
de nuestro sistema político. Es cierto que la actividad parlamentaria debe de ser un ejercicio de razonamiento,
razonabilidad y convencimiento de aquellos que defienden intereses diversos y
tienen una opinión distinta. Sin embargo, en un sistema partidocrático como el
mexicano, las mayorías legislativas pueden escuchar pero no necesariamente
tomar en cuenta los razonamientos de las minorías. Y no es que las “izquierdas”
en este caso hayan manifestado un caso inteligente o de manera inteligente,
sino que aunque hubiesen presentado razones claras y contundentes en contra de
la propuesta de reforma estas evidentemente no serían suficientes para cambiar
el resultado. Una vez que la mayoría, en este caso del PRI y del PAN, se ha
puesto de acuerdo es casi imposible convencer a un numero de ellos de cambiar
de opinión de manera que revierta la tendencia de una votación.
La
reforma laboral, entonces, puede acabar siendo no sólo un revés para las
condiciones laborales de los mexicanos, sino también una grave muestra de la
disfuncionalidad política del parlamentarismo
en el Congreso. Esta disfuncionalidad podría traducirse en conflictos laborales
incapaces de ser dirimidos en las caducas juntas de conciliación y arbitraje o
en la simple aceptación, por parte de todos nosotros, del alto costo que
suponen las nuevas condiciones laborales que se requieren para aumentar “la
competitividad” de esas empresas que “tanto han dado a nuestro país”.
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