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jueves, julio 05, 2012

Evaluando los daños de la elección federal en México II


–Segunda entrega de dos

–Por Amando Basurto.

Hasta el día de ayer por la noche, al terminar de escribir la presente, los distritos electorales no había terminado de hacer el análisis ni el recuento total de (por lo menos) el 54.5% del total de la elección presidencial. Lo que quedaba cada vez más claro es la enorme cantidad de irregularidades del proceso; lo que ha significado de entrada una bofetada con guante blanco a todos aquellos que repitieron alguna variante del estribillo iluso: “la jornada electoral fue un ejemplo de pulcritud y expresión fina de la democracia mexicana”. Tener que recontar más de la mitad de la elección es un gran revés a la confiabilidad inicial del proceso.

Sin embargo, las irregularidades en las actas no es el peor de los problemas que enfrenta la confiabilidad de nuestro sistema electoral. Si lo es, desafortunadamente, el desaforado uso del poder político, el corporativismo, la corrupción, la compra sistemática de votos y el uso ilegal de recursos públicos en los que se ha convertido la maquinaria política de los partidos políticos. Especialmente las maquinarias estatales del Partido Revolucionario Institucional han demostrado ser el renovado origen de su poder político. Los grandes ganadores de las elecciones del año 2000 fueron los comités estatales que, tras depender del poder concentrado en la figura del presidente desde 1930, obtuvieron descomunales recursos para su operación política local (un avanzado cacicazgo institucionalizado). Estos son los espacios desde donde la coacción y la compra de votos fue orquestada este año con una coordinación difícilmente igualable. Esto ha puesto de cabeza el sistema electoral al que se había (supuestamente) blindado en contra del “embarazo” de urnas. El Instituto Federal Electoral y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación no tienen suficiente facultades para castigar estas ilegalidades y no tienen suficiente poder para anular completamente unas elecciones con tal cantidad de irregularidades. En este sentido, la evaluación arroja números rojos tanto para la confiabilidad general del proceso como para la legalidad con la que proceden los partidos políticos.

¿Cómo hacer para evitar que las dinámicas de corrupción y abuso de la necesidad sigan siendo la constante en nuestro país? Por lo visto una reforma política a fondo no será fácilmente aprobada por la partidocracia mexicana. Lo que nuestro país necesita es una sacudida política; al estilo del “pípila” –ese cuasi-mítico personaje de nuestra independencia– la estructura política necesita ser incendiada desde sus cimientos para reestablecer límites civiles de acción política, imponiendo altos costos al abuso y la corrupción y construyendo definitivamente un sistema electoral confiable. Pero más importante, ¿cómo lo hacemos políticamente antes de que la violencia nos gane el paso y veamos a nuestro país envuelto en una guerra civil?

La evaluación de daños arroja un gran perdedor. El Partido Acción Nacional pierde posiciones políticas en casi todos los puestos de elección por los que compitió el domingo. Perder la Presidencia se suma a la pérdida definitiva de la gubernatura de Morelos, a la reducción de su fuerza en el Distrito Federal y, finalmente, a convertirse en tercera fuerza política en el Congreso. La gran impopularidad de la administración Calderón penetró hondo en el sentir del electorado y Josefina Vázquez Mota no sólo cometió errores graves durante su campaña sino que no pudo desmarcarse del todo para venderse como producto “diferente”. Es muy probable que la bancada intenten convertir al PAN en el partido “bisagra” en la negociación de las “reformas estructurales” con el PRI, pero en todo caso asistirá a las negociaciones con una fuerza muy menguada.

En términos de sistema de partidos, los ciudadanos resultamos perdedores tras la jornada dominical. Que el Partido Nueva Alianza mantenga su registro sólo coadyuva a la institucionalización de la corrupción y el corporativismo. Que Gabriel Quadri haya recibido poco más del 2% del voto presidencial habla muy mal de la política mexicana, en donde algunos prácticamente votarían por cualquiera con tal de no votar por los de siempre. Lo peor es que el recuento distrital podría poner al PANAL en la situación de convertirse en un partido “bisagra”, lo que nos dejaría en manos de un triunvirato temible PRI-PVM-PANAL.
Sorpresivamente, suceda lo que suceda tras los conteos distritales, la revisión de los paquetes con irregularidades y las impugnaciones ante el tribunal electoral federal, los verdaderos ganadores de la jornada del primero de julio son los partidos que conforman la Coalición Movimiento Progresista. Aun si después de agotar todas las instancias legales Andrés Manuel López Obrador no es declarado Presidente, la Coalición consiguió ganar las gubernaturas de los estados de Morelos y Tabasco, así como la Jefatura de Gobierno del D.F. (los números de la elección siguen sin ser finales pero es necesario trabajar con este supuesto). El capital político adquirido es enorme; de no dilapidarlo y coordinarlo, la Coalición se erigirá como segunda fuerza política.

Lo que se requiere es una verdadera autocrítica al interior de la Coalición y una definición de sus prioridades. En caso de que el TEPJF otorgue la constancia de mayoría a Enrique Peña Nieto, la Coalición deberá considerar lo inefectivas que fueron las acciones post-electorales de 1988 y del 2006. Posiblemente la mejor opción sería reconocer el resultado bajo protesta y usar el nuevo capital político para intentar crear un marco jurídico mucho más efectivo en contra de todas las irregularidades que se han presentado en las últimas elecciones presidenciales. Podrían también jugar un papel más constructivo en las reformas fiscal y laboral, y una muy legítima oposición política desde el Congreso. Incluso más importante, podrían utilizar el movimiento construido por AMLO para presionar políticamente y fiscalizar a los gobiernos estatales priístas y panistas, así como para asegurar que los gobernadores de “las izquierdas” cumplan con las expectativas de quienes los eligieron. De esta manera allanarían el camino para la elección presidencial del 2018. Para eso tendrían que reconocer que, a diferencia de los casos de Morelos y Tabasco, ganaron la Jefatura de Gobierno y una mayoría legislativa y delegacional aplastante del D.F. como resultado del efecto Ebrard y no López Obrador. Esto ayudaría a convencer a AMLO de liberar su movimiento de su liderazgo y permitir que trascienda su persona en pos de una izquierda políticamente lista para dirigir el país.

Mientras tanto nos queda estar pendientes al proceso de conteo y calificación de la elección; y debemos hacerlo reconociendo que el IFE, la FEPADE, el TEPJF no tienen las facultades de resolver todos los ilícitos ocurridos durante la campaña y la jornada. Actuar de manera efectiva y estratégica será lo único que puede hacer de este proceso uno constructivo.

miércoles, julio 04, 2012

Evaluando los daños de la elección federal en México


–Primera de dos entregas–

–Por Amando Basurto


Mucho se ha escrito al respecto de la jornada electoral del pasado domingo. Algunos, a pesar de lo desaseado del proceso, se refieren a la jornada electoral como una gran expresión de la democracia mexicana. Otros califican la jornada y el trabajo del Instituto Federal Electoral (IFE) como un ejercicio parcial y fraudulento. Como sucede en circunstancias de polaridad radical, ambas opiniones tienen una alta carga ideológica combinada con sentimientos de frustración y arrogancia. Frente a esta oleada de sinrazones y verdades a medias, decidí esperar algunos días y dejar que la polvareda se asentara para poder realizar una evaluación de la jornada electoral y emitir opinión.

De inicio hay que considerar el papel jugado por el IFE y, en general, el valor de las instituciones. Lo primero que llama la atención es la firma del Acuerdo para la Defensa de las Instituciones y los Resultados Electorales (y el llamado Pacto de Civilidad) por ser una completa incoherencia. Todos los candidatos registraron su candidatura ante la autoridad electoral lo que implica la aceptación y el aval de las reglas de juego por parte de todas las partes (incluyendo los resultados). Firmar uno o diez pactos más no acumula ni incrementa el compromiso de los firmantes (el caso me recuerda lo gracioso de los señalamientos en las carreteras mexicanas que rezan “Respete los señalamientos”, como si el conductor que no respeta el resto de los señalamientos le fuese a hacer caso a éste en específico).

Evidentemente el acuerdo es resultado del conflicto postelectoral de hace seis años y refleja más miedo a que se repita que un verdadero compromiso con las instituciones.
El segundo problema con el acuerdo es de percepción; de alguna manera la gente supuso que al firmarlo los candidatos y partidos renunciaban a impugnar casillas o el proceso y llevar los casos a las cortes correspondientes. Los medios de información han ayudado a generar esta percepción al aplaudir el que los candidatos Vázquez Mota y Quadri reconocieran temprano esa noche que los resultados no los favorecían (es muy fácil hacerlo cuando sólo se obtiene el 25 y el 2.2% del voto respectivamente y cuando sólo algunos ilusos no sabían que serían los candidatos con menos votos). No tiene mucho mérito reconocer la derrota cuando nunca se tuvo la posibilidad de ganar. El caso de López Obrador es diametralmente opuesto ya que pudo haber “reconocido” los resultados bajo protesta y explicar que esperaría al conteo distrital (posible recuento) y a las impugnaciones correspondientes. Sin embargo, López Obrador utilizó un lenguaje titubeante que no ha ayudado a sus seguidores y si le ha servido de combustible a sus detractores. Ojalá que a los dirigentes de “las izquierdas” les quede claro que la movilización y los plantones no sirven para resolver casos de fraude electoral; esta es una enseñanza de lo ocurrido tanto en 1988 como en el 2006. No tiene que ver con lo que piensan los detractores del movimiento, es un asunto de efectividad nula históricamente comprobada.

También es importante reconocer que tener una autoridad electoral como el IFE nos enfrenta a nuevos y más complejos retos. Antes de la creación del instituto, la sociedad mexicana vivía presa de resultados electorales organizados, contados y sumados por el partido en el poder y desde el poder. El Partido Revolucionario Institucional (PRI) controlaba todo el sistema electoral y los resultados eran altamente “confiables”. Para el año de 1988, el fraude incluía todas las modalidades de coacción del voto, rellenado de urnas, acareo y conteo “irregular” de votos (y caídas de sistema). Tras la dura tarea de crear un instituto electoral confiable (confiabilidad que los partidos se han dedicado a erosionar), ahora tenemos urnas más limpias y conteos “menos amañados” pero poca capacidad de verificar y castigar la compra y coacción de voto. Esto quiere decir que hablar hoy de fraude no es hablar simplemente del conteo de votos sino de una serie de actos ilegales que son muy difíciles de fiscalizar y comprobar en la corte; el fraude se ha movido a un espacio es que sólo es prevenible si la pobreza y el hambre; no hiciera a la sociedad mexicana una presa fácil de los partidos políticos. Por desgracia, el sistema hoy permite a los partidos recurrir a estas prácticas y pagar un muy bajo costo político y legal.

Finalmente, es necesario referir el proceso de conteo y publicación de números que sigue siendo obscuro para parte de la ciudadanía. Primero tenemos las encuestas que durante meses insisten en presentar una medición científica de preferencias y que han demostrado por años que en México sólo sirven para hacer propaganda política. Después recibimos las encuestas de salida y conteos rápidos privados que dan una idea de lo cerrado o definitivo de los resultados. Pero el IFE, entonces, inicia la publicación de dos cálculos y sumatorias muy distintas que generan mucha confusión: el Programa de Resultados Preliminares (PREP) y un conteo rápido. Si uno no entiende la diferencia pareciera que antes de media noche, con pocas casillas computadas en el PREP, el IFE otorga la victoria a uno de los candidatos. Puedo decir, por experiencia[1], que la manera en como los resultados son capturados y computados contribuye a la incertidumbre de la jornada. Por falta de cuidado, por cansancio, o de mala voluntad, las actas y las sábanas con los resultados de cada casilla son muchas veces llenados con errores. A esto hay que añadir que las alianzas y coaliciones han vuelto muy complicado el proceso de computo. Cuando los paquetes electorales arriban a las oficinas distritales se descubren muchos problemas en las actas, pero estos problemas no son siempre resueltos antes de que el acta se ingrese al PREP. A esto hay que sumarle además todos los errores de captura que se dan en el PREP. La incertidumbre así generada se suma al resto de irregularidades del proceso (en especial a la compra de votos).

Es por eso que el conteo que comienza el día de hoy es muy importante para saber cual es exactamente el resultado electoral (antes de ser llevado a las cortes a calificar). La defensa del voto emitido, desafortunadamente, no protege a los electores de la coerción y corrupción a los que son sometidos antes de emitirlo.


–El día de mañana presentaré mi evaluación sobre los daños por partido


[1] En 1994 fui representante de partido en casilla, el año 1997 participé con Alianza Cívica en el ejercicio de conteo rápido el la primera elección de jefe de gobierno del D.F. y el año 2000 fungí como representante distrital de partido.