Después
del temblor viene el recuento de los daños. Pero la segunda visita del Papa
Benedicto XVI al continente americano robó la atención que tenía casi
monopolizada el sismo que la semana pasada sacudió buena parte del territorio
mexicano. Mucho se dijo y se escribió sobre las posibles implicaciones
políticas de la visita papal en tiempos de veda-electoral. El congreso mexicano
correspondió con una reforma que amplía la libertad de expresión religiosa
mientras adiciona el adjetivo de “laica” a la República en nuestra Constitución
Política (adjetivos de ficción si consideramos que también se dice
“democrática”).
Un poco
más interesante, o morboso, resultó seguir la visita del pontífice a la isla de
Cuba. ¿Cómo lo recibirá el gobierno de Raúl Castro? ¿Qué dirán los unos de los
otros? ¿Se reunirá con Fidel? ¿Se reunirá con un Hugo Chávez convaleciente?
eran preguntas que estaban en el aire y que merecieron atención. Cabe decir que
un ingrediente extra para la condimentación del morbo fue el 50 aniversario de
la excomunión de Fidel Castro por el Papa Juan XXIII en enero de 1962. La
excomunión del “Comandante” fue consecuencia no sólo de haber –tardíamente–
declarado la revolución cubana como “socialista” sino de la expulsión masiva de
prelados y del cierre de las escuelas religiosas en la isla.
Finalmente
la reunión entre el Papa Benedicto y Fidel Castro sucedió. Las imágenes decían
más que miles de palabras. Se podía ver a un Papa que, a pesar de mantener toda
postura protocolaria, no pudo ocultar un rostro que expresaba la emoción de
estrechar la mano de una figura histórico-política que, a pesar de su
excomunión, es un mito viviente. Inevitablemente las deterioradas condiciones
de salud de Fidel Castro obligaban a preguntarse quién sobrevivirá a quién en
un futuro muy próximo.
El tono
de la visita de Benedicto XVI fue levemente distinta a aquella primera que
realizó Juan Pablo II en enero de 1998. En aquella ocasión, el Papa más popular
en la historia contemporánea no dejó pasar la oportunidad de mencionar que
visitaba Cuba no sólo por la invitación de la jerarquía católica en la isla
sino, también, por la invitación personal que le había extendido Fidel Castro en
su visita al Vaticano en 1996. Con gran tacto político, el hoy beato dejaba en
claro que estaba en esa tierra con el beneplácito y complicidad de Castro. Esta
complicidad que parece seguir dando frutos al permitir ocultar la falta de
libertad de disenso político detrás de una cortina de humo de libertad religiosa.
A
diferencia de la visión político-histórica de Karol Wojtyla, las homilías y
discursos de Ratzinger fueron permeados por su vocación y formación teológica;
especialmente en su insistencia sobre el “misterio de la encarnación” inscrito
en el 400 aniversario del hallazgo de la Virgen de la Caridad del Cobre. En
contraste, todos los discursos y sermones de Juan Pablo II en la isla hacían
referencia tanto al Padre Félix Varela como a José Martí. Con la intención de
enfatizar la esencia cristiana del pueblo cubano, Juan Pablo II citaba a Martí
en su homilía en la Habana del 25 de enero de 1998: “Pura,
desinteresada, perseguida, martirizada, poética y sencilla, la religión del
Nazareno sedujo a todos los hombres honrados... Todo pueblo
necesita ser religioso. No sólo lo es esencialmente, sino que por
su propia utilidad debe serlo... Un pueblo irreligioso morirá, porque nada en
él alimenta la virtud.”
En esa misma misa, Juan Pablo II repartió palos a
diestra y siniestra.
Por un lado, en un ejercicio fino de crítica al régimen cubano, el Papa
denunció el fanatismo político al
recordar que “un Estado moderno no puede hacer del ateísmo o de la
religión uno de sus ordenamientos políticos. El Estado, lejos de todo fanatismo o secularismo extremo, debe
promover un sereno clima social y una legislación adecuada que permita a cada
persona y a cada confesión religiosa vivir libremente su fe…” Inmediatamente
después giraba y repartía porrazos al otro lado criticando el librecambismo: “Por
otro lado, resurge en varios lugares una forma de neoliberalismo capitalista
que subordina la persona humana y condiciona el desarrollo de los pueblos a las
fuerzas ciegas del mercado, gravando desde sus centros de poder a los
países menos favorecidos con cargas insoportables. Así, en ocasiones, se
imponen a las naciones, como condiciones para recibir nuevas ayudas, programas
económicos insostenibles.”
Es importante resaltar que no es sino hasta sus
respectivas despedidas, que ambos Papas hacen referencia y condenan el embargo
que Cuba ha sufrido por cincuenta años. En 1998, Juan Pablo II acusó: “En
nuestros días ninguna nación puede vivir sola. Por eso, el pueblo cubano no
puede verse privado de los vínculos con los otros pueblos, que son
necesarios para el desarrollo económico, social y cultural, especialmente
cuando el aislamiento provocado repercute de manera indiscriminada en la
población, acrecentando las dificultades de los más débiles en aspectos
básicos como la alimentación, la sanidad o la educación.” Esta semana,
Benedicto XVI se refirió al embargo de manera igualmente explícita: “Que nadie se vea impedido de sumarse a esta
apasionante tarea por la limitación de sus libertades fundamentales, ni eximido
de ella por desidia o carencia de recursos materiales. Situación que se ve agravada
cuando medidas económicas restrictivas impuestas desde fuera del País
pesan negativamente sobre la población.” De manera que ambos pontífices dieron
un espaldarazo a la defensa a la soberanía cubana hasta el final de sus
visitas.
Finalmente, destacable
es la diferencia entre Fidel y Raúl. Este último dedicó su discurso de
despedida Benedicto XVI a subrayar las coincidencias entre los principios de la
revolución cubana y la esencia humanista de la labor de la iglesia católica.
Fidel, en contraste, despidiendo a Juan Pablo II en 1998 realizó un ejercicio
teológico-revolucionario con esa vehemencia discursiva que le caracteriza: “Cuba, Santidad, se enfrenta hoy a la más poderosa
potencia de la historia, como un nuevo David, mil veces más pequeño, que con la
misma honda de los tiempos bíblicos, lucha para sobrevivir contra un gigantesco
Goliat de la era nuclear que trata de impedir nuestro desarrollo y rendirnos
por enfermedad y por hambre. Si no se hubiese escrito entonces aquella
historia, habría tenido que escribirse hoy. Este crimen monstruoso no se puede
pasar por alto ni admite excusas.”
A quienes no
nos tocó vivir en Cuba nos resta seguir tan cerca como sea posible el proceso
de reforma del régimen revolucionario cubano. Ojalá la reforma no termine en “llamado
a misa.”