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lunes, diciembre 05, 2016
Fidel Castro, el superhéroe
Por Amando Basurto.-
Se retiró, murió, lo homenajearon y ahora sus cenizas han sido sepultadas. Todo esto no ayudará, de manera alguna, a obtener una imagen más clara del valor, de la capacidad de liderazgo, ni de los errores de Fidel Castro. Como genio y figura, Fidel permanecerá en los anales de la historia bajo un grueso velo tejido tanto con desaprobación como con canonización revolucionaria. Mucho se ha escrito en la última semana sobre él; algunos textos enfatizan y refuerzan el carácter personalísimo de la revolución cubana y resultan elegíacos, otros se concentran en la descalificación caudillista y dictatorial de su liderazgo político, y algunos otros, especialmente obituarios, narran su historia desde un ángulo más privado y familiar. Me parece, sin embargo, que algo ha estado ausente: un relato de cómo Fidel se convirtió en un superhéroe. Es sobre este tema que ofrezco unas líneas aquí.
Fidel era un líder nato. Su activismo estudiantil lo llevó a presenciar tanto una revuelta en contra de Rafael Trujillo en República Dominicana como el masivo movimiento liberal de José Eliécer Gaitán en Colombia. No sólo era un gran orador, también destacaba por su articulada prosa y dotes atléticos. Pero Castro no era un ideólogo comunista ni anti-estadounidense en ciernes; muy por el contrario, en el año 1947 militaba en un partido anticomunista (Ortodoxo) y en 1948 se casa con Mirta Diaz (de familia adinerada) y pasan dos meses de luna de miel en las ciudades de Miami y Nueva York.
Su liderazgo rebelde encontró su mejor escaparate en las movilizaciones civiles en contra de la dictadura de Fulgencio Batista (quien tras un golpe de estado tomaba por tercera vez control directo del gobierno cubano en 1952). Los discursos de Castro en contra de Batista se concentraban en dos demandas centrales: la reinstauración del orden constitucional de 1940 y una agenda general de justicia social. Es con miembros del mismo Partido Ortodoxo que Fidel y Raúl organizan y realizan el ataque al cuartel Moncada (26 de julio de 1953) que pretendía iniciar una movilización armada masiva en contra de la dictadura. El fracaso de la rebelión significó la muerte para muchos de los alzados mientras otros, incluyendo los hermanos Castro, terminaron en prisión. De la autodefensa judicial de Fidel Castro heredamos el discurso y texto "La Historia me Absolverá" cuyos principales argumentos, es importante insistir, son en contra de la dictadura y de la grave situación de injusticia social en Cuba, pero no es un panfleto ni socialista, ni comunista y mucho menos anarquista. Fidel y Raúl fueron liberados tras dos años de cárcel porque, se puede deducir, Batista consideró que eran más peligrosos como presos políticos (y mártires en activo) que libres. Así que estos se exiliaron y organizaron el lanzamiento de la revolución desde México con financiamiento, por mediación de Carlos Prío, desde los Estados Unidos de América.
Tras el desafortunado desembarque rebelde cerca de Manzanillo, Cuba, y durante su reagrupamiento en Sierra Maestra, Fidel tuvo que liderar con mano de hierro, no sólo para evitar pillaje y violaciones a la población civil por parte de sus hombres (fenómeno que, a pesar de ser común en casos de rebeliones prolongadas, no es característico de la revolución cubana), sino también para controlar los bríos radicales de su propio hermano y de Ernesto Guevara. Éste es el Fidel que, desde la sierra, logra coordinar esfuerzos con los estudiantes y la sociedad civil tanto en Santiago como en La Habana.
Al triunfar la revolución (tras la huída de Fulgencio Batista) Castro encabeza el gobierno revolucionario y se prepara, no para visitar Moscú y alinear a Cuba al socialismo internacional soviético, sino para visitar las ciudades de Nueva York y Washington D.C. Con el fin de negociar el reconocimiento estadounidense al nuevo gobierno de Cuba. Castro es recibido multitudinariamente en los Estados Unidos como héroe, como el liberador de Cuba; pero el presidente Dwight Einsenhower, haciendo gala de incomprensibles desdén e ignorancia, decide no recibirlo y Castro sólo tiene oportunidad de hablar brevemente con Richard Nixon. ¿Por qué Einsenhower se rehusaría a sentarse con Castro, quien va hasta Washington a pedir audiencia? Si se hubiese dado el encuentro ¿quién creen ustedes que hubiese podido imponer condiciones? Evidentemente el presidente estadounidense pudo haber asegurado cierto respeto y seguridad a una parte de los intereses económicos de su país en la isla, aunque ya no más en las condiciones de semicolonialismo en las que Cuba se encontraba desde 1898; sin embargo, Einsenhower seguramente pensó que era más fácil intentar deshacerse del gobierno revolucionario de un manotazo. Castro entonces vio la oportunidad y la necesidad de utilizar a su favor el delicado equilibrio que la guerra fría representaba en ese momento y, aún sin declararse a sí mismo o al régimen cubano como socialista, estableció relaciones diplomáticas con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
En otra muestra de gran incapacidad diplomática, el gobierno de Einsenhower decidió organizar un golpe contrarevolucionario al estilo de aquel orquestado por la CIA en Guatemala contra el Gobierno de Jacobo Arbenz en 1954. Así se fraguó el fallido desembarco en Bahía de Cochinos que se llevó a cabo en abril de 1961. Bajo el liderazgo de Fidel Castro los cubanos lucharon contra este grupo paramilitar de exiliados cubanos dirigido, financiado y armado por la CIA no en defensa de la revolución sino en defensa de su independencia nacional. Es pues la miopía política estadounidense la que genera las condiciones y facilita que Fidel, héroe revolucionario, se convierta en un superhéroe cubano y en un mito viviente. Sólo después de la defensa de Bahía de Cochinos es que el régimen revolucionario cubano será declarado socialista.
Podemos pues estar de acuerdo o no con el régimen revolucionario cubano, podemos aplaudir los avances sociales y/o denostar las restricciones políticas en Cuba, podemos incluso tener predilección romántica por las revoluciones, por el "Ché", por el propio Fidel, pero lo que no podemos hacer es darnos el lujo de perder de vista que Fidel Castro el superhéroe, el dictador socialista, el padre de la patria, lo fue gracias no sólo a su gran capacidad individual de liderazgo político y militar sino a la torpe ortodoxia diplomática estadounidense. Hoy, la insensatez del discurso del presidente electo Donald Trump obliga a poner atención de nuevo a las consecuencias indeseadas que generan las malas decisiones tomadas desde la Casa Blanca.
viernes, marzo 30, 2012
La visita de Benedicto XVI a Cuba
Por Amando Basurto-
Después
del temblor viene el recuento de los daños. Pero la segunda visita del Papa
Benedicto XVI al continente americano robó la atención que tenía casi
monopolizada el sismo que la semana pasada sacudió buena parte del territorio
mexicano. Mucho se dijo y se escribió sobre las posibles implicaciones
políticas de la visita papal en tiempos de veda-electoral. El congreso mexicano
correspondió con una reforma que amplía la libertad de expresión religiosa
mientras adiciona el adjetivo de “laica” a la República en nuestra Constitución
Política (adjetivos de ficción si consideramos que también se dice
“democrática”).
Un poco
más interesante, o morboso, resultó seguir la visita del pontífice a la isla de
Cuba. ¿Cómo lo recibirá el gobierno de Raúl Castro? ¿Qué dirán los unos de los
otros? ¿Se reunirá con Fidel? ¿Se reunirá con un Hugo Chávez convaleciente?
eran preguntas que estaban en el aire y que merecieron atención. Cabe decir que
un ingrediente extra para la condimentación del morbo fue el 50 aniversario de
la excomunión de Fidel Castro por el Papa Juan XXIII en enero de 1962. La
excomunión del “Comandante” fue consecuencia no sólo de haber –tardíamente–
declarado la revolución cubana como “socialista” sino de la expulsión masiva de
prelados y del cierre de las escuelas religiosas en la isla.
Finalmente
la reunión entre el Papa Benedicto y Fidel Castro sucedió. Las imágenes decían
más que miles de palabras. Se podía ver a un Papa que, a pesar de mantener toda
postura protocolaria, no pudo ocultar un rostro que expresaba la emoción de
estrechar la mano de una figura histórico-política que, a pesar de su
excomunión, es un mito viviente. Inevitablemente las deterioradas condiciones
de salud de Fidel Castro obligaban a preguntarse quién sobrevivirá a quién en
un futuro muy próximo.
El tono
de la visita de Benedicto XVI fue levemente distinta a aquella primera que
realizó Juan Pablo II en enero de 1998. En aquella ocasión, el Papa más popular
en la historia contemporánea no dejó pasar la oportunidad de mencionar que
visitaba Cuba no sólo por la invitación de la jerarquía católica en la isla
sino, también, por la invitación personal que le había extendido Fidel Castro en
su visita al Vaticano en 1996. Con gran tacto político, el hoy beato dejaba en
claro que estaba en esa tierra con el beneplácito y complicidad de Castro. Esta
complicidad que parece seguir dando frutos al permitir ocultar la falta de
libertad de disenso político detrás de una cortina de humo de libertad religiosa.
A
diferencia de la visión político-histórica de Karol Wojtyla, las homilías y
discursos de Ratzinger fueron permeados por su vocación y formación teológica;
especialmente en su insistencia sobre el “misterio de la encarnación” inscrito
en el 400 aniversario del hallazgo de la Virgen de la Caridad del Cobre. En
contraste, todos los discursos y sermones de Juan Pablo II en la isla hacían
referencia tanto al Padre Félix Varela como a José Martí. Con la intención de
enfatizar la esencia cristiana del pueblo cubano, Juan Pablo II citaba a Martí
en su homilía en la Habana del 25 de enero de 1998: “Pura,
desinteresada, perseguida, martirizada, poética y sencilla, la religión del
Nazareno sedujo a todos los hombres honrados... Todo pueblo
necesita ser religioso. No sólo lo es esencialmente, sino que por
su propia utilidad debe serlo... Un pueblo irreligioso morirá, porque nada en
él alimenta la virtud.”
En esa misma misa, Juan Pablo II repartió palos a
diestra y siniestra.
Por un lado, en un ejercicio fino de crítica al régimen cubano, el Papa
denunció el fanatismo político al
recordar que “un Estado moderno no puede hacer del ateísmo o de la
religión uno de sus ordenamientos políticos. El Estado, lejos de todo fanatismo o secularismo extremo, debe
promover un sereno clima social y una legislación adecuada que permita a cada
persona y a cada confesión religiosa vivir libremente su fe…” Inmediatamente
después giraba y repartía porrazos al otro lado criticando el librecambismo: “Por
otro lado, resurge en varios lugares una forma de neoliberalismo capitalista
que subordina la persona humana y condiciona el desarrollo de los pueblos a las
fuerzas ciegas del mercado, gravando desde sus centros de poder a los
países menos favorecidos con cargas insoportables. Así, en ocasiones, se
imponen a las naciones, como condiciones para recibir nuevas ayudas, programas
económicos insostenibles.”
Es importante resaltar que no es sino hasta sus
respectivas despedidas, que ambos Papas hacen referencia y condenan el embargo
que Cuba ha sufrido por cincuenta años. En 1998, Juan Pablo II acusó: “En
nuestros días ninguna nación puede vivir sola. Por eso, el pueblo cubano no
puede verse privado de los vínculos con los otros pueblos, que son
necesarios para el desarrollo económico, social y cultural, especialmente
cuando el aislamiento provocado repercute de manera indiscriminada en la
población, acrecentando las dificultades de los más débiles en aspectos
básicos como la alimentación, la sanidad o la educación.” Esta semana,
Benedicto XVI se refirió al embargo de manera igualmente explícita: “Que nadie se vea impedido de sumarse a esta
apasionante tarea por la limitación de sus libertades fundamentales, ni eximido
de ella por desidia o carencia de recursos materiales. Situación que se ve agravada
cuando medidas económicas restrictivas impuestas desde fuera del País
pesan negativamente sobre la población.” De manera que ambos pontífices dieron
un espaldarazo a la defensa a la soberanía cubana hasta el final de sus
visitas.
Finalmente, destacable
es la diferencia entre Fidel y Raúl. Este último dedicó su discurso de
despedida Benedicto XVI a subrayar las coincidencias entre los principios de la
revolución cubana y la esencia humanista de la labor de la iglesia católica.
Fidel, en contraste, despidiendo a Juan Pablo II en 1998 realizó un ejercicio
teológico-revolucionario con esa vehemencia discursiva que le caracteriza: “Cuba, Santidad, se enfrenta hoy a la más poderosa
potencia de la historia, como un nuevo David, mil veces más pequeño, que con la
misma honda de los tiempos bíblicos, lucha para sobrevivir contra un gigantesco
Goliat de la era nuclear que trata de impedir nuestro desarrollo y rendirnos
por enfermedad y por hambre. Si no se hubiese escrito entonces aquella
historia, habría tenido que escribirse hoy. Este crimen monstruoso no se puede
pasar por alto ni admite excusas.”
A quienes no
nos tocó vivir en Cuba nos resta seguir tan cerca como sea posible el proceso
de reforma del régimen revolucionario cubano. Ojalá la reforma no termine en “llamado
a misa.”
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