viernes, marzo 30, 2012

La visita de Benedicto XVI a Cuba

Por Amando Basurto-

Después del temblor viene el recuento de los daños. Pero la segunda visita del Papa Benedicto XVI al continente americano robó la atención que tenía casi monopolizada el sismo que la semana pasada sacudió buena parte del territorio mexicano. Mucho se dijo y se escribió sobre las posibles implicaciones políticas de la visita papal en tiempos de veda-electoral. El congreso mexicano correspondió con una reforma que amplía la libertad de expresión religiosa mientras adiciona el adjetivo de “laica” a la República en nuestra Constitución Política (adjetivos de ficción si consideramos que también se dice “democrática”).

Un poco más interesante, o morboso, resultó seguir la visita del pontífice a la isla de Cuba. ¿Cómo lo recibirá el gobierno de Raúl Castro? ¿Qué dirán los unos de los otros? ¿Se reunirá con Fidel? ¿Se reunirá con un Hugo Chávez convaleciente? eran preguntas que estaban en el aire y que merecieron atención. Cabe decir que un ingrediente extra para la condimentación del morbo fue el 50 aniversario de la excomunión de Fidel Castro por el Papa Juan XXIII en enero de 1962. La excomunión del “Comandante” fue consecuencia no sólo de haber –tardíamente– declarado la revolución cubana como “socialista” sino de la expulsión masiva de prelados y del cierre de las escuelas religiosas en la isla.

Finalmente la reunión entre el Papa Benedicto y Fidel Castro sucedió. Las imágenes decían más que miles de palabras. Se podía ver a un Papa que, a pesar de mantener toda postura protocolaria, no pudo ocultar un rostro que expresaba la emoción de estrechar la mano de una figura histórico-política que, a pesar de su excomunión, es un mito viviente. Inevitablemente las deterioradas condiciones de salud de Fidel Castro obligaban a preguntarse quién sobrevivirá a quién en un futuro muy próximo.

El tono de la visita de Benedicto XVI fue levemente distinta a aquella primera que realizó Juan Pablo II en enero de 1998. En aquella ocasión, el Papa más popular en la historia contemporánea no dejó pasar la oportunidad de mencionar que visitaba Cuba no sólo por la invitación de la jerarquía católica en la isla sino, también, por la invitación personal que le había extendido Fidel Castro en su visita al Vaticano en 1996. Con gran tacto político, el hoy beato dejaba en claro que estaba en esa tierra con el beneplácito y complicidad de Castro. Esta complicidad que parece seguir dando frutos al permitir ocultar la falta de libertad de disenso político detrás de una cortina de humo de libertad religiosa.

A diferencia de la visión político-histórica de Karol Wojtyla, las homilías y discursos de Ratzinger fueron permeados por su vocación y formación teológica; especialmente en su insistencia sobre el “misterio de la encarnación” inscrito en el 400 aniversario del hallazgo de la Virgen de la Caridad del Cobre. En contraste, todos los discursos y sermones de Juan Pablo II en la isla hacían referencia tanto al Padre Félix Varela como a José Martí. Con la intención de enfatizar la esencia cristiana del pueblo cubano, Juan Pablo II citaba a Martí en su homilía en la Habana del 25 de enero de 1998:  “Pura, desinteresada, perseguida, martirizada, poética y sencilla, la religión del Nazareno sedujo a todos los hombres honrados... Todo pueblo necesita ser religioso. No sólo lo es esencialmente, sino que por su propia utilidad debe serlo... Un pueblo irreligioso morirá, porque nada en él alimenta la virtud.”

En esa misma misa, Juan Pablo II repartió palos a diestra y siniestra. Por un lado, en un ejercicio fino de crítica al régimen cubano, el Papa denunció el fanatismo político al recordar que “un Estado moderno no puede hacer del ateísmo o de la religión uno de sus ordenamientos políticos. El Estado, lejos de todo fanatismo o secularismo extremo, debe promover un sereno clima social y una legislación adecuada que permita a cada persona y a cada confesión religiosa vivir libremente su fe…” Inmediatamente después giraba y repartía porrazos al otro lado criticando el librecambismo: “Por otro lado, resurge en varios lugares una forma de neoliberalismo capitalista que subordina la persona humana y condiciona el desarrollo de los pueblos a las fuerzas ciegas del mercado, gravando desde sus centros de poder a los países menos favorecidos con cargas insoportables. Así, en ocasiones, se imponen a las naciones, como condiciones para recibir nuevas ayudas, programas económicos insostenibles.”

Es importante resaltar que no es sino hasta sus respectivas despedidas, que ambos Papas hacen referencia y condenan el embargo que Cuba ha sufrido por cincuenta años. En 1998, Juan Pablo II acusó: “En nuestros días ninguna nación puede vivir sola. Por eso, el pueblo cubano no puede verse privado de los vínculos con los otros pueblos, que son necesarios para el desarrollo económico, social y cultural, especialmente cuando el aislamiento provocado repercute de manera indiscriminada en la población, acrecentando las dificultades de los más débiles en aspectos básicos como la alimentación, la sanidad o la educación.” Esta semana, Benedicto XVI se refirió al embargo de manera igualmente explícita: “Que nadie se vea impedido de sumarse a esta apasionante tarea por la limitación de sus libertades fundamentales, ni eximido de ella por desidia o carencia de recursos materiales. Situación que se ve agravada cuando medidas económicas restrictivas impuestas desde fuera del País pesan negativamente sobre la población.” De manera que ambos pontífices dieron un espaldarazo a la defensa a la soberanía cubana hasta el final de sus visitas.

Finalmente, destacable es la diferencia entre Fidel y Raúl. Este último dedicó su discurso de despedida Benedicto XVI a subrayar las coincidencias entre los principios de la revolución cubana y la esencia humanista de la labor de la iglesia católica. Fidel, en contraste, despidiendo a Juan Pablo II en 1998 realizó un ejercicio teológico-revolucionario con esa vehemencia discursiva que le caracteriza: “Cuba, Santidad, se enfrenta hoy a la más poderosa potencia de la historia, como un nuevo David, mil veces más pequeño, que con la misma honda de los tiempos bíblicos, lucha para sobrevivir contra un gigantesco Goliat de la era nuclear que trata de impedir nuestro desarrollo y rendirnos por enfermedad y por hambre. Si no se hubiese escrito entonces aquella historia, habría tenido que escribirse hoy. Este crimen monstruoso no se puede pasar por alto ni admite excusas.”
A quienes no nos tocó vivir en Cuba nos resta seguir tan cerca como sea posible el proceso de reforma del régimen revolucionario cubano. Ojalá la reforma no termine en “llamado a misa.”

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