–Primera de dos entregas–
–Por Amando Basurto
Mucho
se ha escrito al respecto de la jornada electoral del pasado domingo. Algunos,
a pesar de lo desaseado del proceso, se refieren a la jornada electoral como
una gran expresión de la democracia mexicana. Otros califican la jornada y el
trabajo del Instituto Federal Electoral (IFE) como un ejercicio parcial y fraudulento.
Como sucede en circunstancias de polaridad radical, ambas opiniones tienen una
alta carga ideológica combinada con sentimientos de frustración y arrogancia.
Frente a esta oleada de sinrazones y verdades a medias, decidí esperar algunos
días y dejar que la polvareda se asentara para poder realizar una evaluación de
la jornada electoral y emitir opinión.
De
inicio hay que considerar el papel jugado por el IFE y, en general, el valor de
las instituciones. Lo primero que llama la atención es la firma del Acuerdo
para la Defensa de las Instituciones y los Resultados Electorales (y el llamado
Pacto de Civilidad) por ser una completa incoherencia. Todos los candidatos
registraron su candidatura ante la autoridad electoral lo que implica la
aceptación y el aval de las reglas de juego por parte de todas las partes
(incluyendo los resultados). Firmar uno o diez pactos más no acumula ni
incrementa el compromiso de los firmantes (el caso me recuerda lo gracioso de
los señalamientos en las carreteras mexicanas que rezan “Respete los
señalamientos”, como si el conductor que no respeta el resto de los
señalamientos le fuese a hacer caso a éste en específico).
Evidentemente el
acuerdo es resultado del conflicto postelectoral de hace seis años y refleja
más miedo a que se repita que un verdadero compromiso con las instituciones.
El
segundo problema con el acuerdo es de percepción; de alguna manera la gente
supuso que al firmarlo los candidatos y partidos renunciaban a impugnar
casillas o el proceso y llevar los casos a las cortes correspondientes. Los
medios de información han ayudado a generar esta percepción al aplaudir el que
los candidatos Vázquez Mota y Quadri reconocieran temprano esa noche que los
resultados no los favorecían (es muy fácil hacerlo cuando sólo se obtiene el 25
y el 2.2% del voto respectivamente y cuando sólo algunos ilusos no sabían que
serían los candidatos con menos votos). No tiene mucho mérito reconocer la
derrota cuando nunca se tuvo la posibilidad de ganar. El caso de López Obrador
es diametralmente opuesto ya que pudo haber “reconocido” los resultados bajo
protesta y explicar que esperaría al conteo distrital (posible recuento) y a
las impugnaciones correspondientes. Sin embargo, López Obrador utilizó un
lenguaje titubeante que no ha ayudado a sus seguidores y si le ha servido de combustible
a sus detractores. Ojalá que a los dirigentes de “las izquierdas” les quede
claro que la movilización y los plantones no sirven para resolver casos de
fraude electoral; esta es una enseñanza de lo ocurrido tanto en 1988 como en el
2006. No tiene que ver con lo que piensan los detractores del movimiento, es un
asunto de efectividad nula históricamente comprobada.
También
es importante reconocer que tener una autoridad electoral como el IFE nos enfrenta
a nuevos y más complejos retos. Antes de la creación del instituto, la sociedad
mexicana vivía presa de resultados electorales organizados, contados y sumados por
el partido en el poder y desde el poder. El Partido Revolucionario
Institucional (PRI) controlaba todo el sistema electoral y los resultados eran
altamente “confiables”. Para el año de 1988, el fraude incluía todas las modalidades de coacción del voto, rellenado
de urnas, acareo y conteo “irregular” de votos (y caídas de sistema). Tras la
dura tarea de crear un instituto electoral confiable (confiabilidad que los
partidos se han dedicado a erosionar), ahora tenemos urnas más limpias y
conteos “menos amañados” pero poca capacidad de verificar y castigar la compra
y coacción de voto. Esto quiere decir que hablar hoy de fraude no es hablar
simplemente del conteo de votos sino de una serie de actos ilegales que son muy
difíciles de fiscalizar y comprobar en la corte; el fraude se ha movido a un espacio es que sólo es prevenible si la
pobreza y el hambre; no hiciera a la sociedad mexicana una presa fácil de los
partidos políticos. Por desgracia, el sistema hoy permite a los partidos recurrir
a estas prácticas y pagar un muy bajo costo político y legal.
Finalmente,
es necesario referir el proceso de conteo y publicación de números que sigue siendo
obscuro para parte de la ciudadanía. Primero tenemos las encuestas que durante
meses insisten en presentar una medición científica de preferencias y que han
demostrado por años que en México sólo sirven para hacer propaganda política.
Después recibimos las encuestas de salida y conteos rápidos privados que dan
una idea de lo cerrado o definitivo de los resultados. Pero el IFE, entonces,
inicia la publicación de dos cálculos y sumatorias muy distintas que generan
mucha confusión: el Programa de Resultados Preliminares (PREP) y un conteo
rápido. Si uno no entiende la diferencia pareciera que antes de media noche,
con pocas casillas computadas en el PREP, el IFE otorga la victoria a uno de
los candidatos. Puedo decir, por experiencia[1],
que la manera en como los resultados son capturados y computados contribuye a
la incertidumbre de la jornada. Por falta de cuidado, por cansancio, o de mala
voluntad, las actas y las sábanas con los resultados de cada casilla son
muchas veces llenados con errores. A esto hay que añadir que las alianzas y
coaliciones han vuelto muy complicado el proceso de computo. Cuando los
paquetes electorales arriban a las oficinas distritales se descubren muchos
problemas en las actas, pero estos problemas no son siempre resueltos antes de
que el acta se ingrese al PREP. A esto hay que sumarle además todos los errores
de captura que se dan en el PREP. La incertidumbre así generada se suma al resto
de irregularidades del proceso (en especial a la compra de votos).
Es por
eso que el conteo que comienza el día de hoy es muy importante para saber cual
es exactamente el resultado electoral (antes de ser llevado a las cortes a
calificar). La defensa del voto emitido, desafortunadamente, no protege a los
electores de la coerción y corrupción a los que son sometidos antes de
emitirlo.
–El día
de mañana presentaré mi evaluación sobre los daños por partido
[1] En 1994 fui representante de
partido en casilla, el año 1997 participé con Alianza Cívica en el ejercicio de
conteo rápido el la primera elección de jefe de gobierno del D.F. y el año 2000
fungí como representante distrital de partido.
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