miércoles, octubre 09, 2013

Entre 'anárquicos' y 'oficialistas': la descomposición política de México


Posiblemente, la descomposición política de un país se puede medir por el extremismo con el que se expresa el descontento social o la disciplina partidaria. Nuestro país parece estar viviendo un nuevo episodio de atrofia política en la que el gobierno parece no encontrar otra manera de lidiar con la violencia de la protesta más que con la amenaza de castigos más ejemplares y en la que la oposición se siente mayoriteada y desplazada.
Los desmanes callejeros que se vivieron en la ciudad de México el pasado 2 de octubre dan cuenta de un sector de la sociedad cuya radicalización es totalmente apolítica; es decir, que se manifiesta ausente de objetivo político explícito, que no parece estar moldeada por algún sistema ideológico o creencia y que no reconoce interlocutores políticos confiables y eficaces. Entre el elevado tono de la violencia utilizada y la enorme incapacidad que muestra la policía capitalina para lidiar con rijosos sin abusar de la autoridad, se genera más caos y acaban polarizando aun más las opiniones de los ciudadanos.

Algo que es difícil de comprender es que haya quien todavía crea que marchar manifestándose sea una buena táctica política. Lo cierto es que las marchas nunca han sido políticamente muy eficaces en México. Un gobierno que es sordo ante los reclamos de la sociedad sólo pretende reducir los costos de ese tipo de movilizaciones y utilizar el agravio sufrido por el resto de los ciudadanos (no sólo por automovilistas) para desacreditar de antemano todas las posibles causas (incluso las justas) de la movilización. O, cómo está hoy de moda alrededor del mundo, un gobierno que se asume incapaz de canalizar el descontento para reformar su actuar decide mejor por reglamentar las manifestaciones volviéndolas innocuas y desvirtuando el sentido básico de una marcha convirtiéndola en desfile.

Frente a la radicalización despolitizada, la disciplina partidista totalizadora obtiene renovadas expresiones. Ese es el caso de la Confederación Nacional  de Organizaciones Populares (CNOP) del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que es el ala corporativa que alberga a la "clase media" del país. Y escribo "país", así en su totalidad, porque según la Senadora Cristina Días Salazar, en su discurso conmemorativo del 70 aniversario del a CNOP el pasado 6 de octubre, prácticamente todos los mexicanos somos asociados de la Confederación (incluso los niños): "México y su sociedad están en transformación. Es la tarea de todos cumplir con esa cita histórica a que están convocados más de 110 millones de asociados. La CNOP está aquí para sumar y alcanzar el México Mejor que todos queremos. ¡Uniendo. La Confederación Nacional de Organizaciones Populares, transforma a México!" (según el INEGI la población total en nuestro país era en 2010 de 112,336,538; así que habrá algunos que se hayan escapado de "asociarse"). Los llamados a la "unidad" que tanto hace el gobierno en turno son una expresión de este profundo corporativismo que pretende someter a la sociedad mexicana a alinearse de nuevo bajo un sólo esquema político que, por no poderse llamar más "revolucionario" bien podría ser denominado "de la revolución fracasada".

Ante la aplastante evidencia de la descomposición política de México cabe preguntarse ¿qué nos queda por hacer? ¿Cuáles son las vías institucionales que nos restan para la acción política? ¿Cómo convencemos a los "radicales violentos" de utilizar tales vías? ¿Será que acabamos dividiéndonos (como se ha hecho los últimos días) entre "anárquicos" y "pacíficos" por un lado, y "oficialistas" por el otro? ¿Podremos modificar esta circunstancia con "educación y cultura"? u ¿organizamos otra marcha? La alternativa no parece estar en la violencia sin causa pero tampoco en el oficialismo reverencial.

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