En los últimos días hemos visto
una importante escalada en el conflicto entre Israel y Palestina,
específicamente en la Franja de Gaza, al suroeste en la frontera con Egipto.
Pero esos han sido únicamente los últimos días, los eventos más recientes;
falta mucha más información para comprender someramente la situación y poder
imaginar o vislumbrar acciones y/o consecuencias del conflicto. Lejos de una
visión maniquea –además muy común- debemos entender que es una enemistad de
varias décadas, pero que la profundidad y complejidad de ella con elementos
políticos, culturales y religiosos –sin mencionar el territorio y los recursos-
en el ámbito estructural, hacen de éste un conflicto más complejo que añejo. Es
evidente que hay que recurrir a la segunda posguerra para comprender el
conflicto entre Israel y Palestina, es decir la creación del Estado de Israel,
sin garantizar –o incluso preocuparse por- la creación del Estado palestino.
Eso, provocado también por la intransigencia palestina, originó una constante
pugna entre ambos, así como una tensa y constantemente violenta relación en
diversos puntos del territorio; situación intensificada con las constates
expansiones israelitas.
Sin embargo, en el caso específico
de la Franja de Gaza, un evento inmediato pero necesario para entender esta
coyuntura, es el debilitamiento de Fatah y el fortalecimiento de Hamas a partir
de 2006. Gaza fue gobernada por una facción política pragmática y secular,
Fatah, pero en 2006 fue superada por Hamas debido al alto nivel de corrupción y
debilidad ante Israel en las negociaciones de paz y acuerdos políticos. En
cuanto Hamas dominó Gaza se deterioró la relación con Israel, en buena medida
inspirados tanto en Irán como en Hezbollah (Líbano). Ambos, el gobierno de
Mehmet Ahmadinejad (Irán) y el Hezbollah, tuvieron políticas radicales frente a
sus enemigos y lograron importantes objetivos políticos; por ello, Hamas no
sólo escaló el conflicto con Israel secuestrando soldados, sino que logró un
importante apoyo de los actores mencionados. Sobre todo a partir de 2008 cuando
Irán y Hezbollah colaboraron para llevar armas a Gaza. Ambos buscaban debilitar
al principal adversario en la región, enemigo de varios países árabes, pero
algunos aliados potenciales (o supuestos) como Egipto, Siria, Jordania y
algunas otras monarquías árabes, temían más un probable desequilibrio en Medio
Oriente derivado del radicalismo. La lógica de Hamas, era –y es- que a través
de la muestra de poder frente a Israel, tanto ofensiva como defensivamente, se
pueden alcanzar objetivos políticos tales como el fin al embargo económico,
detener asentamiento israelitas en territorio palestino y mejores condiciones
para los diversos asentamientos palestinos en Israel. Pero la radicalización de
una parte recibe la misma respuesta de la otra.
Entre fines de 2008 y las
primeras semanas de 2009, ante el radicalismo de Hamas y su fortalecimiento en
armamento, Israel atacó Gaza; el resultado fue un serio debilitamiento de Hamas,
pero también fortaleció sus posiciones radicales. En ese momento Líbano estaba
reconstruyendo parte del sur del país luego de enfrentamientos con Israel,
Turquía –un esperado mediador en el área- estaba concentrada en problemas
internos; Arabia Saudita se mantuvo al margen, así como otros aliados y mecenas
de Hamas a fin de evitar que Estados Unidos tomara represalias; Irak estaba
consolidando su nueva estructura gubernamental, y aún lo hace, por lo que no
estaba en posición de intervenir en el conflicto; el propio Estados Unidos
estaba en pleno cambio de gobierno con los primeros días de Barack Obama y todo
lo que ello implicaba; sólo Egipto participó como mediador, aunque favoreciendo
a Israel en actividades estratégicas como interceptar cargamentos de armamento
procedente de Irán vía Sudán. Irán continuó apoyando a Hamas mediante el envío
de cohetes de largo alcance –con los que Hamas de hecho ha atacado a Israel
desde hace meses Tel Aviv y Jerusalén- aunque uno de los cargamentos más
grandes fue bombardeado por Israel cruzando el desierto del Sinaí (Egipto) con
apoyo del El Cairo.
Pero el escenario ha cambiado
substancialmente desde aquel invierno de 2008-2009. Hosni Mubarak ya no
gobierna Egipto, éste es dominado –no sin serios problemas- por la Hermandad
Musulmana, aliados de Hamas; y aunque Egipto está profundamente dividido y
enfrenta diversas crisis, no será un aliado de Tel Aviv, y sí en cambio El
Cairo podría dar legitimidad, así como ayuda política (difícilmente militar) a
Hamas. La Hermandad Musulmana tiene mucho apoyo en la región, y Hamas podría
beneficiarse de ello; de hecho así parecen entenderlo, pues se han distanciado
de su otrora aliado fundamental: Irán, que mantiene una tensa, complicada, pero
necesaria relación con Israel, toda vez que ambos tienen interés en monitorear
las actividades políticas en Siria y Líbano. La compleja situación en Siria ha
dado un importante ingrediente de desequilibrio y con ello impredictibilidad a
Damasco. Aunque Siria lejos está de ser aliado de Israel, ayudaba a Tel Aviv
manteniendo cierto control de Hezbollah. Turquía está poco interesada en
intervenir pues Ankara no quiere ser percibida ni cercana a Israel –lo que de
hecho no está después del incidente de Mavi Marmara (2010)- ni a grupos
radicales como Hamas. Arabia Saudita ve como una amenaza la Hermandad
Musulmana, al menos Riyad, por lo que tomará distancia de Hamas. Finalmente, la
crisis Hashemita en el valle del río Jordán amenaza a Israel con desestabilizar
más la región e incrementar el apoyo de Hamas.
Allende Oriente Medio las
posturas son más bien distantes, prudentes; Europa está muy dividida,
particularmente a partir de la crisis en Siria, sin mencionar que su atención
está más bien concentrada en ver cómo salir de la profunda crisis económica,
social y política. Estados Unidos trata de mantener cierta distancia, esperando
que Egipto y Turquía sirvan como mediadores; de hecho estos días se encuentra
en Egipto Hillary Clinton, buscando fortalecer la mediación de El Cairo.
Washington debe además reconfigurar algunas áreas de su gobierno hacia el
segundo período de Obama, lidiar con la mayoría Republicana en la Cámara de
Representantes y seguir manejando la crisis financiera –o tratar de hacerlo. Lo
que sí ha hecho Washington es presionar a Egipto para que actúe –esto a través
de el condicionamiento de su ayuda económica y militar- y apoyar a la oposición
sunita en Siria –junto con Turquía y otros países árabes. De consolidarse esta
oposición sunita, podría impactar en Líbano y eventualmente a Irán; de esta
forma, Teherán es menos atractiva como aliada para Hamas.
Después de que Hamas alcanzara el
control en Gaza, Israel ha establecido un bloqueo económico y diversas
sanciones en el territorio, señalando a la organización como terrorista. A
partir de entonces ambos han intercambiado ataques con misíles en diversas
ocasiones; el embargo es constante y los costos de él enormes para la ya
empobrecido población palestina. En esta ocasión el conflicto escaló por
bombardeos de Tel Aviv a instalaciones terroristas, y aunque ha habido
respuesta de Hamas, la gran mayoría de las víctimas –para no variar- son palestinas.
El conflicto podría agravarse exponencialmente si Israel lleva a cabo una
incursión por tierra, lo que se mantiene como una probabilidad dado el poco
compromiso –al parecer- de Occidente y la ausencia de contrapesos concretos en
la región, aunque por otra parte el fracaso de la ofensiva de 2008 y el
fortalecimiento militar de Gaza, sin duda disminuyen el interés israelí en una operación
por tierra.
En las últimas horas se espera rinda frutos la mediación egipcia y estadounidense, pero sigue preocupando que las fuerzas radicales de ambas partes siga fortaleciéndose, como lo parecen demostrar la intensificación de ataques por ambas partes el día de hoy.
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