Oportunidades en la transformación.
El próximo 5 de junio elegiremos en el aún Distrito Federal a 60
de los 100 diputados de la Asamblea Constituyente que serán los encargados de
elaborar el marco jurídico que regirá a la nueva Ciudad de México; con esto se
dará un paso muy importante en el proceso de transformación que vivimos en la
capital del país, pero no es el único, el último o el más importante. En las
próximas semanas es muy probable que el tema de la elección de diputados
constituyentes gane espacios al taquillero Donald Trump y su antimexicanismo por demás altisonante,
propagandístico e irresponsable. A esto podría seguir una superficial
discusión en los medios de comunicación sobre algunos aspectos de la Constitución
para la Ciudad de México, pero difícilmente veamos en diversos foros
–mediáticos o no- una gran cantidad de discusiones sobre temas que en Nomos
Político nos parecen de suma importancia, tales como rendición de cuentas,
transparencia, participación ciudadana, gobierno abierto, parlamento abierto,
equidad y otros. Conceptos que deberían
ser indispensables no sólo en la creación de un marco jurídico para una ciudad
(del siglo XXI), sino en la transformación de la ciudad misma.
En la pasada entrega de este artículo –Del DF a la Ciudad de México, Nubarrones en el escenario- se
mencionaron algunas situaciones poco o nada deseables que podrían presentarse
en el ejercicio mencionado; en esta ocasión se hará referencia a, lo que a mi
parecer, es la oportunidad más importante que ofrece esta coyuntura: repensar y
transformar la ciudad misma. Hace muchos años que la Ciudad ha dado muestras
desde diversas perspectivas y en múltiples temas de la necesidad de un cambio
profundo, continuo y en un mismo sentido, que combata exitosamente la
problemática que ella enfrenta. Así como debe existir un proyecto de nación,
debe haber una idea de Ciudad que guíe el desarrollo, el crecimiento, las
políticas públicas, al gobierno y a la sociedad en su conjunto. Esto evita
tanto políticas o programas improvisados que obedecen a intereses de grupo o
particulares, como paliativos que no sólo resultan insuficientes e inadecuados,
sino en muchas ocasiones contraproducentes.
Entiendo que la idea de repensar la Ciudad (de México) se perciba
como una tarea titánica o francamente imposible dada la descomposición de ella
misma, de su estructura, de su infraestructura, de sus actores –al menos de
buena parte de ellos- dada la dimensión espacial, la heterogeneidad y vicios de
sus habitantes, del oportunismo de buena parte de su clase política, así como
de otras razones y factores que el lector pueda identificar cotidianamente. Sin
embargo, así como hay mucho qué resolver, hay muchos elementos, herramientas
con qué hacerlo; y lo más importante, es que es posible hacerlo. Ejemplo de
ello son las ciudades españolas de Bilbao y Valencia; aquélla en un proceso de
transformación desde hace casi 25 años, ésta apenas iniciándolo. Dada la
juventud del caso valenciano, mencionaré brevemente el caso bilbaíno, esperando
nos sirva como referente e inspiración.
Desde principios de la década de los 90, Bilbao inició un proceso
de rescate, revitalización y de hecho transformación de la ciudad misma, luego
de encontrarse en una profunda crisis, abandono y deterioro, resultado a su vez
de la crisis industrial de los años ochenta y del propio modelo de desarrollo;
en consecuencia, la ciudad portuaria e industrial se abandonó y deterioró
vertiginosamente en aquella década. En respuesta a aquella situación se creó el
proyecto Ría 2000 –como se denominó a la compañía sin fines de lucro encargada
de los proyectos de transformación urbana de Bilbao- ha sido el responsable de
repensar la Ciudad y reconvertirla en su conjunto, logrando ser un muy atractivo
destino de turismo cultural, así como un importante centro productivo en lo
referente a la industria extractiva y manufacturera, pero lo más importante es
que ha mejorado las condiciones de vida de sus habitantes y las perspectivas de
desarrollo de los bilbaínos. Aunque Bilbao es conocido y reconocido
principalmente por el Museo Guggenheim del arquitecto Frank Gehry, Ría 2000 es
mucho más que eso –a pesar de las acusaciones y críticas ene se sentido- es un
proyecto que sigue transformando a la ciudad en su conjunto con dos ideas guía:
la habitabilidad y la sustentabilidad.
La oportunidad que se nos presenta a los capitalinos es
precisamente la de repensar la ciudad, no sólo crear una Constitución,
replantear los poderes, redefinir el presupuesto o reorganizar la administración
local, sino darle un nuevo rumbo a la Ciudad de México, guiar su desarrollo, su
crecimiento, sus políticas, etcétera, hacia una idea de ciudad que sea para y
por sus habitantes. No me refiero a elevar el Plan de Desarrollo Urbano a nivel
constitucional –son dos cosas distintas, evidentemente- sino a establecer guías
para la Ciudad a nivel constitucional o a crear un pacto resultante de una
visión de ciudad compartida. Es decir, si se plasman en la Constitución o se
comparten a nivel ciudad ideas o principios como habitabilidad –que contiene
criterios muy claros como contaminación ambiental, auditiva y visual, imagen
urbana, iluminación, áreas verdes y otras- o gobierno abierto –en términos de
proceso para la elaboración de políticas publicas, por ejemplo- entonces los
programas y/o políticas de las nuevas alcaldías o del gobierno central, se
verían acotados o bien, limitados por aquéllos, toda vez que deberán
justificarse a partir de su aporte a la habitabilidad o de su proceso de
elaboración.
Más allá de la transformación de la administración
pública, cosa no menor, la posibilidad de transformar la Ciudad en sí, es algo
mucho más trascendental y necesario. El ejercicio puede ser paralelo a la
Asamblea Constituyente o estar inmerso en ella, pero considero central que esta
discusión gane espacios: ¿Qué modelo de ciudad necesitamos y queremos? ¿Qué
valores y principios queremos que guíen a la Ciudad? ¿Qué ideas queremos que
nos gobiernen? ¿Hacia dónde queremos llevar a la Ciudad y a nosotros con ella?
Estas y muchas otras preguntas deben ser respondidas, pero algo es
indiscutible, debemos tener claro que la Ciudad es de todos y la hacemos todos,
por lo que nuestra participación en este proceso y en el devenir de la Ciudad
de México es una obligación moral, social y política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario