El
pasado lunes, el presidente Barack Obama anunció el retiro de las fuerzas
armadas que aún quedaban activas en Irak. El anuncio evitó ser una declaración
triunfalista como aquella que George W. Bush realizó hace poco más de ocho años
sobre el portaviones Abraham Lincoln (Mission
Accomplished). Como es habitual, el mensaje intentó reconfortar al débil
gobierno iraquí asegurando que la asistencia técnica, económica y diplomática
seguirá siendo significativa una vez que se retire el ejército estadounidense.
Y no
son sólo los estadounidenses los que se retiran. La Organización del Tratado
del Atlántico Norte (OTAN) anunció el mismo lunes que también retirará su
Misión de Entrenamiento (Training Mission)
de Irak. Esta misión ha tenido como objetivo el adiestramiento de militares y
policías iraquíes; pero tras el fallido intento de negociar una extensión del
mandato de la Misión, ésta se retirará definitivamente el 31 de diciembre
próximo.
Las
reacciones no se han hecho esperar. Los precandidatos republicanos a la
presidencia criticaron casi al unísono el retiro de las tropas. Mitt Romney
acusa al presidente Obama de terminar las operaciones en Irak sin un proceso de
transición seguro. Según Romney, Obama pone en riesgo aquello que ganaron las
tropas con esfuerzo y sangre estadounidense sin la más mínima intención de
reconocer que quien verdaderamente puso en riesgo vida y sangre de las tropas
estadounidense fue el expresidentes Bush al iniciar una operación bélica que en
ningún momento tenía posibilidades de terminar exitosamente. Por su lado la
aspirante a candidata presidencial, Michele Bachmann, ha concentrado su crítica
en un frustrado sentimiento de prepotencia. Para la republicana, los Estados
Unidos debiesen terminar operaciones con una expresión de fuerza, poder y
liderazgo y no bajo la sombra del fracaso o incompetencia.
Pero
más allá de los argumentos políticos a favor y en contra del retiro de las
tropas es importante anteponer por lo menos dos datos: el primero es el alto
costo de las operaciones en Irak desde 2003; este costo incluye los 4,500
estadounidenses que han perdido la vida, los más de 32,000 soldados heridos y
los $704,000 millones de dólares de costo financiero. El segundo de los datos
es la encuesta publicada la semana pasada por Gallup que muestra que el 75% de
los estadounidenses aprueba el regreso a casa de los activos militares.
Especificando por partido, 96% de aquellos que se reconocen como demócratas y
77% de los que se etiquetan republicanos aprueban la decisión de Obama. Esto demuestra
que a pesar de las críticas de los republicanos, la decisión del gobierno en
turno no sólo es razonable sino muy popular.
En la
última semana, sin embargo, se han desatado una serie de eventos que podrían
ser efectivamente utilizados para criticar el retiro militar estadounidense. El
Primer Ministro de Irak –el Shiíta Nuri Kamal al-Maliki– acusó al Vice-Primer
Ministro –el Sunnita Tariq al-Hashimi– de haber ordenado el asesinato de
oficiales del gobierno en turno. A lo que Hashimi respondió acusando al
Primer Ministro de utilizar las fuerzas de seguridad nacionales para amedrentar
a los Sunnitas opositores. No es coincidencia que estas acusaciones sean hechas
justo cuando Obama y la OTAN anuncian el retiro de tropas de Irak. Esta
situación parece dirigirse hacia un punto muerto que incluso podría derivar en
la división del territorio Iraquí en dos; en todo caso, la pugna dentro de la
élite gubernamental de Irak pone en riesgo la estabilidad y gobernabilidad que según
el presidente Obama justifica el retiro de tropas.
A final de cuentas, la inestabilidad en Medio
Oriente y el rol que debiese jugar el gobierno estadounidense será un tema
recurrente en las campañas electorales. El gobierno de Obama, en este sentido,
tiene poco que presumir al día de hoy. Especialmente en tres temas: primero, a
pesar de tratar de evitarlo, la autoridad Palestina solicitó ante la Asamblea
General de la Organización de las Naciones Unidas su inclusión como Estado
miembro (lo que hasta ahora ha resultado en la inclusión de Palestina como
miembro de la UNESCO); segundo, el gobierno estadounidense no ha podido
disuadir a al gobierno de Irán de renunciar a su programa nuclear; y, tercero,
el retiro de sus fuerzas armadas puede dejar a Irak sumido en la
ingobernabilidad. La administración Obama deberá hacer frente a estas
acusaciones e intentará defender su decisión final durante los siguientes once
meses de campaña.