Por Amando Basurto-
Los
medios han dado amplia cobertura a un par de fenómenos inconexos que tienen, a
pesar de todo, algo en común. Por un lado, han informado de la detención y
condena a dos años de prisión de quienes al parecer son tres miembros de la
banda punk Pussy Riot; los medios dicen que fueron puestas en prisión por
expresarse en contra de Vladimir Putin y su gobierno aunque el delito por el
que fueron encarceladas es el de “vandalismo” a la Catedral de Moscú. Por el
otro lado, los medios en México han dado a conocer, sin mucho detalle, la
batalla ideológica y campal entre las autoridades del Estado de Michoacán y
grupos religiosos radicales alrededor de la impartición de educación formal (entre
otras cosas) en la comunidad de Nueva Jerusalén.
En
ambos casos el tema más relevante –aunque no necesariamente de fondo– y el más
recurrente en los medios es el de tolerancia.
En el primer caso se acusa al régimen de Putin de intolerante al procesar y
encarcelar a quienes levantan la voz para criticarlo; el segundo de los casos
hace evidente la intolerancia religiosa que los seguidores de Martín Le Tours
ejercen contra todos quienes que se atreven a pensar de manera distinta (en
este caso aquéllos que difundan o aprendan esa “cosa del diablo” llamada
ciencia). Es muy importante tomar en cuenta que el concepto de tolerancia tiene
límites impositivos y normativos: la tolerancia
exige tolerar incluso al intolerante (sólo así se puede entender actualmente,
por ejemplo, la existencia legal del Ku Klux Klan). Si sólo se tolerase a los
“tolerantes que piensan distinto”, la tolerancia tendía un valor menor al que
hoy tiene en nuestras sociedades. El verdadero reto es tolerar a quienes se
reconocen y manifiestan de manera “intolerante”. Y entonces podríamos
preguntar: ¿en verdad debemos tolerar a los intolerantes?¿cuáles debiesen ser
los límites de la tolerancia y cuáles los de la intolerancia?
Resulta
interesante saber que tanto la Iglesia Ortodoxa Rusa como Vladimir Putin
expresaron que las integrantes de Pussy Riot no tendrían que ser penalizadas
severamente. De hecho, en vez de los probables siete años de prisión sólo recibieron
dos. ¿Por qué el interés de la iglesia y de Putin sobre una pena reducida a las
“vandalas”? ¿Será que son buenos samaritanos? De hecho el caso es exactamente
lo contrario: la iglesia y el presidente sabían bien que el desconocido
grupo-activista podría obtener mucha visibilidad si sus miembros fueran
sentenciadas de manera ejemplar. Lo que lleva a preguntarnos: ¿qué no era la
intención de las Pussy Riot llamar la atención sobre la “tiranía electoral” que
se vive en Rusia a través del escándalo de su detención? Si esto es así ¿la
demanda no debería ser “Jail to Pussy Riot” en vez de “Free Pussy Riot”? Ahora el
gobierno ruso tendrá que hacer frente al escándalo sin acabar siendo aún más
intolerante. Además, el tema de tolerancia muestra aquí sus límites y
contradicciones. ¿En serio creemos que la tolerancia es un valor universal?
¿Por qué las Pussy Riot –y el resto de la sociedad rusa– deben ser tolerantes
con un gobierno corrupto y represivo? Este tipo de “intolerancia” es lo que
anima su disidencia y activismo.
Se
puede argumentar que precisamente por tolerancia religiosa es que los gobiernos
mexicano y michoacano permitieron la fundación de La Nueva Jerusalén en 1973
por Nabor Cárdenas Mejorada, un exsacerdote católico disidente que erigió la
comunidad alrededor de una nueva iglesia de culto fundamentalista a la Virgen
del Rosario. Durante años, el priísmo michoacano tomó ventaja de la comunidad
al aliarse con el llamado “Papa Nabor”; durante la década de los 80 el PRI
arrasó electoralmente en la comunidad. Aunque los gobiernos perredistas de
Cárdenas Batel y Godoy no mantuvieron esa alianza, tampoco resolvieron los
graves problemas. Eso si, durante la administración de Godoy se abrió la
primera escuela de educación formal en la comunidad (los niños y jóvenes de
Nueva Jerusalén sólo tenían acceso a educación religiosa impartida por “monjas”
de la orden del Rosario). La comunidad parecía comenzar a “tolerar” no sólo a
quienes piensan distinto sino incluso cierta intervención del estado. Las cosas
cambiaron cuando Nabor Cárdenas falleció en febrero de 2008; la secta se
dividió en dos: la mayoría siguió primero al vidente Agapito Gómez (¡quien
clamaba tener contacto de ultratumba con La virgen del Rosario y el Gral.
Lázaro Cárdenas del Río!) y después al ungido Martín Le Tours; un grupo
disidente sigue al padre Santiago Mayor con una versión más moderada del dogma.
La
escuela rural ha sido el campo de las más recientes batallas entre estos
grupos. Los seguidores de Le Tours destruyeron y quemaron la escuela hace un
mes; ahora se enfrentan por evitar, casi a toda costa, que los niños de Nueva
Jerusalén obtengan educación laica. Los enfrentamientos parecen no encontrar
fin y los gobiernos estatal y federal observan desde la barrera, con la más
clara intención de no pagar el costo político de resolver el problema en la
comunidad. ¿Por qué el gobierno federal? Porque la educación es un derecho
constitucional que debe de ser resguardado por los tres niveles de gobierno.
Cada vez que la secta impide que una niña o un niño de la comunidad tome clases
está atentando contra sus derechos constitucionales. ¿Hasta donde hay que
tolerar esta situación? ¿Hasta donde la tolerancia religiosa va a servir para
enmascarar pequeños poderes feudales? ¿Hasta donde el precepto de libertad
religiosa puede ser mantenida sobre el derecho constitucional a la educación
laica y pública? El dilema en este caso es opuesto al de Pussy Riot en Rusia:
ningún nivel de gobierno quiere actuar para no parecer “intolerante.” Aún más
importante, está claro que la omisión gubernamental se debe principalmente a
que el uso de la fuerza pública parece ser necesario y nadie quiere pagar
platos rotos (especialmente si están estampados con la imagen de la Virgen del
Rosario).
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