Una y
otra vez se escucha decir, o se lee en los medios, que son pocos los días que
le restan al régimen de Bashar
al-Assad, presidente de Siria. Por fin, durante estas dos semanas hemos podido
ver imágenes más claras de lo que en aquel país acontece. Y si, confirmamos que
es un caso grave de violencia. Pero aún es muy difícil hacerse de información
que lleve a un juicio claro e identifique plenamente al “grupo opositor”.
Los
medios noticiosos no se cansan de recetarnos las viejas formas de hacer crónica
sin tener clara idea de los sucesos y sin el mínimo rigor en el uso de la
palabra. Y no es necesario ser un literato para poder distinguir entre “manifestantes”
y “rebeldes.” La diferencia es fundamental en estos casos. Los primeros protestan
públicamente tratando de alzar la voz –a veces con desobediencia civil– pero
dentro del marco legal y político vigente. Los segundos toman calles y
enfrentan a los cuerpos de seguridad utilizando algún tipo de arma y, aún más
importante, desafían y exigen la dimisión de quienes están a cargo del gobierno
y el cambio de la estructura legal y política. Sin esta distinción se vuelve
imposible comprender lo que sucedió en Libia y lo que está acaeciendo en Siria.
Simplemente no se puede comprender la posible racionalidad que tienen los
embates que el ejército Sirio lanza contra sus opositores en las calles de Hama.
Al
igual que sucedió en Libia, la sensación que dejan las notas mediáticas es que
el gobierno ha utilizado una fuerza militar desmedida para detener “manifestaciones
pacíficas.” Sin desechar la posibilidad de que estos regímenes en verdad
sobre-reaccionen a manifestaciones civiles en sus países, es simplemente muy
difícil creer que el gobierno Sirio esté gastando tantos recursos en detener
“manifestaciones pacíficas.” Las imágenes que hora tenemos muestran a dos
fuerzas (incomparablemente) armadas enfrentándose. Y no se trata –en lo más
mínimo– de defender al gobierno Sirio, sino en reconocer la dignidad de
rebeldía de aquellos hombres y mujeres que han decidido levantarse en contra de
un régimen opresor. Me parece que es denigrante llamar “manifestantes” a un
grupo de rebeldes (o revolucionarios).
Utilizar
la denominación correcta no sólo permite tener una visión más clara de lo que
está sucediendo (el gobierno Sirio está peleando por su subsistencia y Bashar
al-Assad por su vida), también permite utilizar argumentos más inteligentes que
el de “intervención humanitaria,” como el de reconocimiento de “beligerancia”.
Reconocer el status de beligerancia significa que otros Estados y Organismos
Internacionales le reconocen garantías internacionales al grupo que, en este
caso, se ha levantado en contra del régimen Sirio (Consejo Nacional Sirio y el
Ejército Sirio de Liberación). Esto implica otorgar espacio jurídico-político
al grupo rebelde y calificar el principio de soberanía del Estado Sirio.
Esto
explica tanto la portada del último número de The Economist como el contenido
del artículo titulado “How to set Syria Free” (¿Cómo liberar Siria?) en su
interior. La portada del número publicado el 11 de febrero pasado no muestra a
un grupo de manifestantes sino a un nutrido grupo de rebeldes, muchos de ellos
armados con rifles Kalashnikov. Después de explicar las razones por las que
bombardear al ejército Sirio jugarían a favor de gobierno de al-Assad (y en
contra de un desorganizado y desunido Ejército Sirio de Liberación), The
Economist propone que el grupo rebelde muestre unidad y convenza a Kurdos y
Cristianos de apoyarlos en contra del régimen. Acto seguido, la editorial
propone que Turquía establezca y defienda una zona de seguridad (safe haven) al noroeste de Siria como la
“creada para los Kurdos en el norte de Irak,” que permita la agrupación y
entrenamiento del Ejército Sirio de Liberación y la formación de una “oposición
creíble.” Lo meritorio del artículo es que en vez de recurrir al discurso
“humanitarista” señala que lo que hay que hacer es reconocer y en su caso
apoyar a los rebeldes. El grave problema es que parece ignorar por completo que
los Kurdos son un grupo étnico que ha luchado históricamente por su
independencia y se ubican al norte de Irak, norte de Siria y este de Turquía.
De hecho, la mayor concentración poblacional de Kurdos se ubica en Turquía. Esto
significa que si el gobierno turco aceptase establecer una zona de seguridad
también aceptaría la posibilidad implícita de que en algún momento se cree una
dentro de su territorio para proteger a la población kurda. Eso, muy
probablemente, no va a suceder.
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