lunes, noviembre 07, 2011

Demoliberalismo: un concepto total, contradictorio y vacío. (3/3)


La democracia se ha convertido en algo mucho más que un simple forma de gobierno, pero también en mucho menos que eso. Aparece hoy en día, no sólo como la máxima forma de organización política, sino como la única permitida de acuerdo al  Nomos imperante. Cualquier forma que la cuestione, es etiquetada como totalitaria y cualquier cuestionamiento a la universalización de los llamados “valores democráticos”, es igualmente totalitario. Es decir, la democracia con todo y su gran carga valorativa –y en buena medida, justamente por ello- se ha convertido en una democracia totalitaria, por eso, ante el peligro de ser etiquetados como enemigos de la democracia, es que pocos cuestionamientos hay –o en todo caso no los suficientes- en torno a este sistema de gobierno promovido por los Estados Unidos.

Además de perder contenido por su plasticidad, ella –la democracia- presenta una serie de contradicciones –particularmente la liberal- que vale la pena señalar. Ya desde la década de los años veinte del siglo pasado, el jurista y politólogo alemán Carl Schmitt, señalaba que la democracia liberal carece totalmente de contenido, pues la "igualdad"' es sólo un presupuesto formal y no real del orden político, pues la pluralidad, no sólo ideológica, sino de clases que en ella se encuentran lo imposibilita.

Por otro lado, afirma que los valores y normas en la vida política no pueden determinarse por medio de un proceso de deliberación racional entre visiones alternativas del mundo, como lo plantea el liberalismo. Esas decisiones son tomadas por la mayoría o por poder. Todo esto, sin mencionar a profundidad la contradicción en la relación liberalismo-democracia, considerando que democracia obedece a formas pre modernas de organización sociopolítica y el liberalismo, es una filosofía moderna que modifica el significado de aquella y la utiliza como catalizadora y legitimadora de su proyecto.

La democracia se ha convertido en la herramienta legitimadora de los llamados Estados liberales modernos, ocultando su carácter clasista por un lado y por otro, su naturaleza expansionista en busca de mercado y control de recursos. La democracia pretende dar orden y cause a las exigencias sociales, pero en realidad las limita y contiene, cuando no las descalifica, además de debilitar a los gobiernos democratizados.

El Estado demoliberal, el pensamiento demoliberal se encuentra expresado tanto en el ámbito económico como el jurídico, el ético y el moral –he ahí la Pax Americana- constituyendo un sistema de métodos hábilmente diseñados para debilitar al Estado en beneficio de la sociedad a través del Mercado. Por ello es que se encuentran eventualmente respuestas nacionalistas que intentan conservar e imponer  la fuerza del Estado y de la unidad nacional mediante sus mitos fundadores frente al pluralismo de los intereses económicos del liberalismo.

La democracia pretende otorgar poder al pueblo para que alcance y determine su gobierno, el liberalismo en cambio sólo logró –y buscó- abrir el espacio de gobierno a la burguesía, utilizando a la democracia sólo como un proceso legitimador, no como una constitución política. El Parlamento terminó siendo un espacio de representación de partidos políticos e intereses económicos, no del Pueblo, ni de sus intereses. El pluralismo, eje de la democracia liberal, sólo es tal en tanto no existan fuerzas políticas que se conciban como universalistas y por ende excluyentes a otras expresiones.

Democracia e igualdad son pilares ideológicos del liberalismo y su despolitización, pero son también dos de las grandes contradicciones del liberalismo burgués. La igualdad es condición sine qua non la democracia es una realidad en la unidad política, por tanto un sistema que enaltezca el valor de las diferencias y las mantenga al interior del Estado –diferencias excluyentes- lejos está de ser verdaderamente democrático y representativo de la nación en su conjunto. En un Estado homogéneo la decisión política, gubernamental, se da por sí sola toda vez que se comparten valores, objetivos, amenazas, etcétera. En un Estado plural esto es imposible, la decisión o el acuerdo al que se llega es en realidad no es más que el dominio de las mayorías, una simple fórmula matemática carente de racionalidad, aunque no de razonabilidad. Pero podría irse más lejos pues en realidad no son las mayorías las que deciden, sino la minorías, la élite, la clase política que manipula y dirige los deseos mismos de las masas.

La pluralidad ideológica puede darse al interior de la unidad política siempre y cuando cumpla dos condiciones; una, que las diferencias no sean sustanciales con respecto a la naturaleza, desarrollo y objetivos del Estado, así como tampoco excluyentes con respecto a otras vertientes ideológicas; y dos, que la fuerza de la facción no amenaze la existencia o constitución de la unidad política. Esta idea de pluralidad es clara en los Estados Unidos, no sólo a partir de la búsqueda de su hegemonía global en los albores del siglo XX, sino desde el nacimiento de la jóven República y el Artículo X de El Federalista.

El sustento jurídico-ideológico de la democracia liberal en expansión, era –y sigue siendo- el Estado de derecho. En él la burguesía expresaba y ampliaba su poder con el argumento de combatir el absolutismo, la subjetividad y discrecionalidad del sistema monárquico y lo hace ahora para combatir el autoritarismo, el nacionalismo o cualquier otro ismo que represente una amenaza a la hegemonía extrarregional estadounidense. En el Estado de derecho las competencias del poder estatal están claramente delimitadas y predeterminadas, por tanto sus actos son impersonales, objetivos y previsibles. Esta constitución de la unidad política, pretende controlar el poder del Estado al limitarlo por el orden legal –la Constitución y las leyes sectoriales- y garantizando la libertad de los individuos, pero particularmente del sector privado, del Mercado. Es ese el objetivo primario de la difusión de la democracia; abrir Mercados y limitar el poder del gobierno.

En el demoliberalismo, “el Estado aparece como el servidor, rigurosamente controlado, de la sociedad”,  señala amargamente Schmitt, al ser reducido a un conjunto de normas y procedimientos. La libertad del individuo, anterior a la existencia del Estado, queda como ilimitada frente al limitado poder estatal, derivado de la división o distribución de poderes. El Estado no buscaría ya la gloria o inclusive la armonía ni éxito del pueblo o la nación, sino que quedaría subsumido o subyugado al orden jurídico, al individuo y su libertad, que en realidad tampoco se presenta como algo Real, sino como uno de los sofismas liberales. El individuo como tal no cuenta ni en las democracias liberales, ya que en su momento de expresión política –elecciones o referéndum- pierde su identidad como particular y asume su papel como citoyen o como parte de un grupo con intereses.

El demoliberalismo supone eliminar la dualidad, la relación sociopolítica amo/esclavo, monarca/súbdito –sustento del Nomos anterior- y con ello transformar las diferencias (tensiones políticas, culturales, etcétera) en diversidad, en pluralismo entre actores en igualdad de condiciones bajo la ley, como afirma Sheldon Wolin. Pero en realidad Di Lampedusa fue muy acertado en su Gatopardo al explicar cómo cambiaron las cosas en la península itálica para que todo siguiera igual, cómo los actores se reacomodan, cambian referentes y conceptos, pero el orden que lo sostiene sólo se matiza, no se modifica su estructura.

Las fuerzas que impulsaron las revoluciones liberales en los siglos XVIII, XIX y XX –veremos que pasa en este- modificaron los referentes de las distinciones sociales, políticas y culturales, pero las diferencias se mantienen, las condiciones estructurales de dichas diferencias se han perpetuado. Ciertamente es una sociedad menos desigual, menos injusta e inequitativa, es más abierta y plural, pero eso no elimina los sofismas demoliberales. La relación amo/esclavo fue sustituida por la de patrón/trabajador, que aunque sí establece derechos del último y obligaciones de aquel, mantiene profundas tensiones y contradicciones con respecto a la supuesta libertad y equidad que abandera la democracia liberal.

El demoliberalismo mantiene las diferencias pero disfrazándolos de diversidades y evita la confrontación al hablar de tolerancia en lugar de derechos, de diversidad en lugar de integración; por ello es que se reconocen grupos, pero no son integrados al sistema político. Los enfrentamientos –producto de las diferencias- son ubicados en el ámbito de lo contingente, pero es el Mercado y no el Estado el encargado de combatir o diluir esas diferencias, pues es él quien articula y lima asperezas entre las diversidades. Por ello es que las diferencias no participan del sistema político, irrumpen en él. Las revoluciones, los movimientos sociales tratan precisamente de combatir esas diferencias, de lograr reconocimiento e inclusión real en la vida política; luchan por derechos no por ser tolerados.

Con la perspectiva de desarrollo, de progreso, de tener acceso a condiciones favorables en la Globalización y a fin de evitar medidas más severas por parte de organismo internacionales, una buena parte de los países excluidos ceden a presiones o peticiones externas, más que internas, que abren su sistema político y su economía. Lo que está en el centro de la pugna entre los países excluidos es el lugar en sí entre los desarrollados, de hecho entre los que aspiran a serlo, pues no sólo no hay garantía de acceder a la promesa demoliberal, sino que la fórmula democracia (liberal) y desarrollo no es necesariamente causal; así como aquella entre paz y democracia.

Lo que ha resultado de la expansión de la democracia liberal estadounidense es el resurgimiento del fundamentalismo de derecha y la erosión de verdaderos valores democráticos mediante la marginalización de vastos sectores de la población global. La democracia se ha reducido a un mecanismo no de gobierno, sino de lucha entre élites.