jueves, noviembre 17, 2011

Los llamados de “unidad” y el autoritarismo democrático en México


Ahora que “las izquierdas” parecen haberse decidido por un candidato de unidad, le corresponde al “centro” y a la “derecha” decidirse por sus abanderados a la extenuante carrera por la presidencia. Y es precisamente la idea “de unidad” la que llama especialmente la atención con respecto a dos temas íntimamente relacionados: la falta de competitividad electoral de “las izquierdas” y la ineficiencia legislativa.

El que las encuestas hayan favorecido a Andrés Manuel López Obrador no es para nada una sorpresa. Es de suponerse que Marcelo Ebrard propuso esta forma de decidir sobre quién lideraría a la izquierda sabiendo que necesitaba casi un milagro para ganarle un López Obrador tan popular (quien también necesita un milagro para quitarse de encima toda su impopularidad). Pero más allá de opinar sobre lo adecuado o no de las encuestas, es importante considerar el resultado: es casi un hecho que López Obrador será el candidato presidencial por segunda vez. Pongámoslo así: el PRD sólo tendrá dos candidatos presidenciales en un periodo de 24 años (entre la formación del Frente Democrático Nacional en 1988 hasta 2012). El que las izquierdas requieran plegarse cada vez más bajo la sombra de un solo líder se debe a su ineficacia electoral. La “unidad”, en este sentido, es parte de una estrategia electoral necesaria a pesar de lo poco democrático del caudillismo.
Por otro lado, la formación de un gobierno de “unidad” que tenga una mayoría legislativa es la mayor preocupación de los priístas. Enrique Peña, por ejemplo, ha insistido en que el “gran tema faltante” de la reforma política en México es la “construcción de mayorías parlamentarias”. No sólo ha sugerido que se instaure una cláusula de gobernabilidad para el congreso federal que replique la que está vigente en el Distrito Federal, también pretende eliminar aquélla que limita la sobrerrepresentación del 8% en la Cámara de Diputados. Su propuesta se ha concentrado en hacer pasar la cláusula de gobernabilidad como un “mecanismo democrático”: “En un contexto plenamente democrático, resulta absurdo poner un freno a la formación de mayorías”, a lo que habría que responder que en un contexto plenamente democrático es absurdo pensar en imponer mayorías que no son directamente electas por los ciudadanos (es decir, anti-democráticas).

La preocupación de Peña es exactamente la misma que expresa Manlio Fabio Beltrones en su ensayo El Futuro es Hoy ¿para qué queremos ganar?: “Lo que nuestro país necesita es impulsar un gobierno de coalición democrática que responda a la cohesión y al acuerdo y no al desencuentro, así como a la representación auténtica de las mayorías y a la participación social, y no a un mecanismo de cuotas electorales y privilegios.” Es decir, los líderes priístas están más preocupados por establecer un instrumento de cohesión y unidad para garantizar gobernabilidad, no democracia. Beltrones ha estado impulsando una reforma constitucional que permita el establecimiento de Gobiernos de Coalición. Esto implicaría que si el partido del presidente en turno no obtiene mayoría legislativa podría optar por negociar una coalición con el partido que se la garantice, acordando sobre las “políticas compartidas que serán de carácter obligatorio para sus partes” y sometiendo la ratificación del nombramiento de los miembros del gabinete a la aprobación por el Senado. Dos problemas importantes se derivan de esta propuesta: 1) es cierto que las políticas acordadas se pondrían sobre la mesa pero eso no significa que los ciudadanos sepamos qué fue lo que se negoció y 2) establecer Gobiernos de Coalición posibilitaría que dos partidos saquen de la jugada de manera cuasi-permanente al resto de las fuerzas políticas. Lo que veríamos es una institucionalización de la llamada concertacesión  y una insistente repetición de acuerdos como aquel torpemente firmado César Nava y Beatriz Paredes cuando presidían sus respectivos partidos y que fue motivo de la renuncia de Fernando Gómez Mont a la Secretaría de Gobernación. Ese acuerdo pretendía ser un instrumento jurídico pero evidentemente no era vinculante, que es precisamente lo que la propuesta de Beltrones trata de subsanar al hacer el acuerdo obligatorio. A todas luces, la preocupación de Beltrones es “la dificultad del Presidente de la República para llevar a cabo decisiones de autoridad se ha destacado como uno de los temas centrales de la democracia en México. Hemos sido testigos de la imposibilidad de los gobiernos para tomar decisiones eficaces, que sean realmente obedecidas.” Es obediencia y no democracia lo que está al centro de la propuesta; no es una visión al “futuro que es hoy”, sino la añoranza de un pasado autoritario donde el presidente tenía un séquito que legislaba por encargo.

Aunque muy distintos, ninguno de los llamados a la “unidad” y “cohesión” representa un paso adelante para la aún-mal-lograda democracia mexicana. El caso de las izquierdas no sólo evidencia ineficacia electoral sino la terrible falta de formación de cuadros y reconocimiento de nuevos liderazgos. El caso de los líderes priístas representa el peligro de regresar a un sistema autoritario en el que las minorías simplemente no tienen poder político real.