Hace unos meses vimos con asombro
cómo países con añejos gobiernos autoritarios, se cimbraban ante la presión de
las masas en la calle, en las plazas, en la Internet. El clamor popular por
participación, inclusión y derechos civiles hicieron que gobiernos con décadas
en el poder tuvieran que prometer reformas, ceder espacios políticos o declinar
al ejercicio del poder. En algunos casos, como el egipcio, las promesas de
reformas a corto o mediano plazo no fueron suficientes y los mandatarios fueron
obligados renunciar.
A meses del inicio de estos
movimientos –el final de ellos no se ve próximo y aún es pronto- no está claro
el rumbo que tomarán las revueltas populares en la región. En el amanecer de la
“primavera árabe” había la esperanza –o la idea- de que una ola de revoluciones
demoliberales recorrerían el norte africano y Medio Oriente, sin embargo, no
eran pocas las voces que advertían –y aún hoy- que estos movimientos no
residían en el espíritu democrático, sino que atendían a crisis particulares ajenas
a los valores e ideales de la democracia occidental. No obstante, cabe la
aclaración de que no toda democracia es liberal, pero sí debería ser
participativa, y eso es el común denominador de los movimientos sociales árabes
de los últimos meses.
Autoritarismo, malas
administraciones, demografía y desempleo, fueron los principales detonantes de
una crisis que comenzó en Túnez y que aún está por verse su alcance y
profundidad. El problema que ahora enfrentan las revoluciones árabes es, al
igual que muchas revoluciones, abrir un espacio político real ante fuerzas que
pretenden –luego de aprovechar el ímpetu democrático- limitar y contener el
clamor popular.
Egipto es particularmente foco
del escepticismo, pues del gobierno militar de Hosni Mubarak se transfirió el
poder al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA); de un gobierno
militar a otro. El CSFA prometió
transferir el poder a un gobierno civil luego de organizar elecciones para
fines de 2012, pero ante el reclamo popular y de las diversas fuerzas políticas
–como los partidos liberales y los Hermanos Musulmanes- ha ofrecido adelantar
los comicios para mediados de 2012 e inclusive –en las últimas horas- la
organización de un gobierno civil de transición a manos de un antiguo
colaborador de Mubarak, Kamal al Ganzuri. Propuesta rechazada por las distintas
fuerzas políticas.
El problema de Egipto es cómo
organizar un gobierno de transición legítimo y consensuado; ¿cómo negociarán
fuerzas tan disímbolas como los ocho partidos islamistas y los catorce
liberales, entre ellos socialdemócratas? Habrá que esperar probablemente a los
comicios escalonados para el Parlamento que tendrán lugar entre este lunes 28
de noviembre y febrero del próximo año. ¿Cómo quedará la correlación de
fuerzas, si se calcula que un 20-30% apoya a los Hermanos Musulmanes y un 20% a
los partidos liberales? El restante 50% del electorado no tiene una postura definida. Esto amén de las
rivalidad entre el CSFA y los Hermanos Musulmanes, que divide importantemente
al país.
Otro foco de atención y
escepticismo, con sobrada razón, es Siria, pues en las últimas semanas ha
habido un recrudecimiento de la represión por parte del gobierno a los
movimientos civiles que protestan contra cuarenta años de gobierno de la
familia del presidente Bashar al Assad. Esto ha generado por un lado una severa
crisis humanitaria en gran parte del país, y por otro una gran oleada de
refugiados sirios a Turquía. El escenario llama cada vez más la atención de
potencias que por diversos motivos, sobre todo geopolíticos, quisieran
intervenir en la región y así tener influencia en la reconfiguración política
de la región, no únicamente Siria.
Países como Libia o Túnez ya
están dando los primeros pasos en la conformación de un nuevo gobierno –el
primero debe organizar comicios constituyentes en ocho meses y el segundo
recién ha inaugurado su Asamblea Constituyente- pero todavía queda por ver –al
igual que en Egipto y Yemen que apenas ha anunciado medidas para nuevas
condiciones políticas- qué papel tendrá la sociedad en la reconfiguración
sociopolítica, e incluso las fuerzas políticas organizadas.
En efecto es dudoso que haya un
espíritu demoliberal impulsando a la “primavera árabe” como fenómeno amplio,
pero sin duda se encuentra en algunas fuerzas políticas, así como otras
filosofías políticas. Lo que sí está presente es la participación ciudadana en
la reconfiguración política de sus Estados, ese es sin duda un ejercicio
democrático que buena falta hace en otros horizontes. Lo que está por
escribirse es sin lugar a dudas la parte más complicada e interesante en la
refundación o reorganización de un Estado: la organización de un nuevo sistema
político, o al menos diferente; un proyecto o idea de nación incluyente,
participativo y con amplios derechos y obligaciones sociopolíticas.