El
libro publicado este mes por el expresidentes Carlos Salinas es una síntesis de
su obra Democracia Republicana
publicado el año pasado. No es claro si esta síntesis intenta resanar las pocas
ventas que pudo haber tenido el libro en su versión original o si pretende ser
un librito de bolsillo y referencia rápida para quienes dirigen la campaña de
Enrique Peña Nieto. Lo que es evidente es que la publicación de esta versión
resumida tiene la intención de poner el tema del “liberalismo social” sobre la
mesa electorera de los próximos meses.
El
libro tiene tres ejes principales: el primero es la crítica a los intelectuales
orgánicos del neoliberalismo y del neopopulismo en México. Para ello, Salinas
hace uso de las nociones de “intelectuales orgánicos” y “lucha de posiciones”
de Antonio Gramsci como la columna vertebral del texto. Sería mejor, e incluso
honesto, si Salinas hiciera las referencias a ambas categorías desde el
principio para saber el origen de ambas nociones tan centrales en su argumento.
Sin embargo las referencias cuasi-subliminales proliferan incluyendo el título
del libro “¿Qué Hacer?”, que Salinas atribuye a Nikolai Chernishevski, pero que
es el mismo título del programa para el partido revolucionario de Lenin, y la
primer línea del prólogo “Dos agravios recorren México” que es obviamente una
patética paráfrasis de la multicitada frase con la que Karl Marx inicia El Manifiesto Comunista, “Un fantasma
recorre Europa, el fantasma del comunismo.”
En el
capítulo sobre intelectuales orgánicos, Salinas se abalanza primero en contra
de Enrique Krauze, a quien llama cacique cultural y servicio del régimen en
turno, “indigno heredero del legado intelectual” de Octavio Paz y califica su
obras de “meros cotilleos sobre incidentes históricos.” Mientras Krauze es
descrito como el acomodaticio intelectual orgánico del neoliberalismo, Lorenzo
Meyer es tildado de intelectual orgánico neopopulista. Salinas acusa a Meyer de
solapador del menosprecio lopezobradorista a las instituciones. Salinas enfila
armas también contra tres figuras a las que critica por ser entreguistas o
abogados del intervencionismo. A Sergio Aguayo lo acusa de ser un “apóstol del
intervencionismo” y, prácticamente, de espionaje por recibir financiamiento y
colaborar con la National Endowment for Democracy y en el CISEN. El segundo
entreguista es Jorge Castañeda Gutman, por el apoyo al gobierno de los Estados
Unidos de América tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 y por los votos a favor de las
resoluciones 1441 y 1511 del Consejo de Seguridad de la ONU. La tercera, un
poco de manera sorprendente, es Denise Dresser, a quien acusa de ser un
“intelectual «ninguneador»” y de borronear la historia nacional a favor de
intereses intervencionistas. Finalmente, Salinas señala y acusa a Miguel Ángel
Granados Chapa por publicar “notas sembradas de información falsa, sesgada y,
por supuesto, nunca cotejada con los aludidos,” y a Carmen Aristegui por escribir
y opinar “por encargo” además de su tendencia a “victimizarse”. Por ser una
“incondicional” de Andres Manuel López Obrador, Aristegui es la principal
editorialista orgánica del neopopulismo. Pero más allá de sus acusaciones, cabe
resaltar que Carlos Salinas menciona a un “intelectual” y a un “periodista” a
los cuales no incluye entre los “orgánicos”: Héctor Aguilar Camín y el
“destacado periodista Carlos Marín.” Esto nos deja ver el otro lado de las
alianzas y fidelidades “intelectuales.”
El
segundo eje del texto es la crítica al neoliberalismo que, según Salinas,
durante la “década perdida” (1995-2006) ha debilitado “la soberanía y, con
ella, el poder; el progreso sustentable; la justicia social y, finalmente la
seguridad.” Este es el mismo argumento, ahora más sintético, del libro La década perdida 1995-2006 que Salinas
publicó hace cinco años. Esta crítica se complementa a su vez con la ofensiva
contra el opuesto ideológico: el neopopulismo lopezobradorista (y que es el
mismo argumento que presenta en Neoliberalismo
y populismo en México). Salinas divide la historia contemporánea de México
y el mundo en tres: una primera etapa que se deriva del desarrollo histórico
del régimen mexicano y del PRI a partir de la gran depresión de 1929, en la que
el estado interventor no progresó hacia una mayor autonomía ciudadana debido a
la batalla ideológica de la guerra fría; la segunda etapa es simplemente su
sexenio, en el que el fin de la guerra fría permitió la instauración de un
“liberalismo social” que hizo posible hacer uso productivo de la Política
Popular de los setenta. Salinas argumenta que el Programa Solidaridad abrió las
puertas a la participación ciudadana en la solución de sus problemas más
apremiantes a pesar de la reticencia de la nomenklatura
en el PRI, y su versión de la revolución paternalista:
“Solidaridad
permitió rehabilitar 120 mil escuelas públicas, introducir agua potable en
beneficio de 16 millones de personas y llevar electricidad a 22 millones de
habitantes. Asimismo, se rescataron 234 hospitales y se edificaron 120 nuevos,
al tiempo que se construyeron 1,373 centros de salud y 1,241 unidades médicas?
Los colonos, por su parte, se unieron para pavimentar calles y banquetas en
casi 10 mil colonias populares.”
Lo que
es claro es que Salinas confunde la acción ciudadana que es netamente política
con la participación en comunidad que representa “pavimentar calles y
banquetas.” Solidaridad sirvió para hacer que los ciudadanos hicieran lo que el
gobierno dejó de hacer, para organizar barrios y colonias alrededor de
actividades de mejoramiento y creación de los espacios públicos que el gobierno
había abandonado. Aunque valiosa, esa participación vecinal no es ningún
impulso en la participación política de los mexicanos.
Los
sexenios de Ernesto Zedillo y Vicente Fox, representan en el imaginario de
Salinas el período en el que el entreguismo institucionalizado terminó con la
neoliberalización de las políticas públicas en México. En un argumento simplón,
por decir lo menos, Salinas acusa a estos dos gobiernos de entregar al país al
capital financiero internacional y de socavar la soberanía tomando como prueba
el que la palabra soberanía no aparece en los informes presidenciales de
Zedillo de 1999 y 2000 ni en ninguno de los de Fox. Evidentemente, el libro
está plagado de intentos de convencer al lector que la crisis económica de 1995
fue consecuencia del “error de diciembre” de Zedillo.