miércoles, noviembre 09, 2011

Reseña/Comentario sobre ¿Qué hacer? La alternativa ciudadana de Carlos Salinas de Gortari (nov. 2011)


El libro publicado este mes por el expresidentes Carlos Salinas es una síntesis de su obra Democracia Republicana publicado el año pasado. No es claro si esta síntesis intenta resanar las pocas ventas que pudo haber tenido el libro en su versión original o si pretende ser un librito de bolsillo y referencia rápida para quienes dirigen la campaña de Enrique Peña Nieto. Lo que es evidente es que la publicación de esta versión resumida tiene la intención de poner el tema del “liberalismo social” sobre la mesa electorera de los próximos meses.

El libro tiene tres ejes principales: el primero es la crítica a los intelectuales orgánicos del neoliberalismo y del neopopulismo en México. Para ello, Salinas hace uso de las nociones de “intelectuales orgánicos” y “lucha de posiciones” de Antonio Gramsci como la columna vertebral del texto. Sería mejor, e incluso honesto, si Salinas hiciera las referencias a ambas categorías desde el principio para saber el origen de ambas nociones tan centrales en su argumento. Sin embargo las referencias cuasi-subliminales proliferan incluyendo el título del libro “¿Qué Hacer?”, que Salinas atribuye a Nikolai Chernishevski, pero que es el mismo título del programa para el partido revolucionario de Lenin, y la primer línea del prólogo “Dos agravios recorren México” que es obviamente una patética paráfrasis de la multicitada frase con la que Karl Marx inicia El Manifiesto Comunista, “Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo.”

En el capítulo sobre intelectuales orgánicos, Salinas se abalanza primero en contra de Enrique Krauze, a quien llama cacique cultural y servicio del régimen en turno, “indigno heredero del legado intelectual” de Octavio Paz y califica su obras de “meros cotilleos sobre incidentes históricos.” Mientras Krauze es descrito como el acomodaticio intelectual orgánico del neoliberalismo, Lorenzo Meyer es tildado de intelectual orgánico neopopulista. Salinas acusa a Meyer de solapador del menosprecio lopezobradorista a las instituciones. Salinas enfila armas también contra tres figuras a las que critica por ser entreguistas o abogados del intervencionismo. A Sergio Aguayo lo acusa de ser un “apóstol del intervencionismo” y, prácticamente, de espionaje por recibir financiamiento y colaborar con la National Endowment for Democracy y en el CISEN. El segundo entreguista es Jorge Castañeda Gutman, por el apoyo al gobierno de los Estados Unidos de América tras los ataques terroristas del 11 de septiembre  de 2001 y por los votos a favor de las resoluciones 1441 y 1511 del Consejo de Seguridad de la ONU. La tercera, un poco de manera sorprendente, es Denise Dresser, a quien acusa de ser un “intelectual «ninguneador»” y de borronear la historia nacional a favor de intereses intervencionistas. Finalmente, Salinas señala y acusa a Miguel Ángel Granados Chapa por publicar “notas sembradas de información falsa, sesgada y, por supuesto, nunca cotejada con los aludidos,” y a Carmen Aristegui por escribir y opinar “por encargo” además de su tendencia a “victimizarse”. Por ser una “incondicional” de Andres Manuel López Obrador, Aristegui es la principal editorialista orgánica del neopopulismo. Pero más allá de sus acusaciones, cabe resaltar que Carlos Salinas menciona a un “intelectual” y a un “periodista” a los cuales no incluye entre los “orgánicos”: Héctor Aguilar Camín y el “destacado periodista Carlos Marín.” Esto nos deja ver el otro lado de las alianzas y fidelidades “intelectuales.”

El segundo eje del texto es la crítica al neoliberalismo que, según Salinas, durante la “década perdida” (1995-2006) ha debilitado “la soberanía y, con ella, el poder; el progreso sustentable; la justicia social y, finalmente la seguridad.” Este es el mismo argumento, ahora más sintético, del libro La década perdida 1995-2006 que Salinas publicó hace cinco años. Esta crítica se complementa a su vez con la ofensiva contra el opuesto ideológico: el neopopulismo lopezobradorista (y que es el mismo argumento que presenta en Neoliberalismo y populismo en México). Salinas divide la historia contemporánea de México y el mundo en tres: una primera etapa que se deriva del desarrollo histórico del régimen mexicano y del PRI a partir de la gran depresión de 1929, en la que el estado interventor no progresó hacia una mayor autonomía ciudadana debido a la batalla ideológica de la guerra fría; la segunda etapa es simplemente su sexenio, en el que el fin de la guerra fría permitió la instauración de un “liberalismo social” que hizo posible hacer uso productivo de la Política Popular de los setenta. Salinas argumenta que el Programa Solidaridad abrió las puertas a la participación ciudadana en la solución de sus problemas más apremiantes a pesar de la reticencia de la nomenklatura en el PRI, y su versión de la revolución paternalista:

“Solidaridad permitió rehabilitar 120 mil escuelas públicas, introducir agua potable en beneficio de 16 millones de personas y llevar electricidad a 22 millones de habitantes. Asimismo, se rescataron 234 hospitales y se edificaron 120 nuevos, al tiempo que se construyeron 1,373 centros de salud y 1,241 unidades médicas? Los colonos, por su parte, se unieron para pavimentar calles y banquetas en casi 10 mil colonias populares.” 

Lo que es claro es que Salinas confunde la acción ciudadana que es netamente política con la participación en comunidad que representa “pavimentar calles y banquetas.” Solidaridad sirvió para hacer que los ciudadanos hicieran lo que el gobierno dejó de hacer, para organizar barrios y colonias alrededor de actividades de mejoramiento y creación de los espacios públicos que el gobierno había abandonado. Aunque valiosa, esa participación vecinal no es ningún impulso en la participación política de los mexicanos.

Los sexenios de Ernesto Zedillo y Vicente Fox, representan en el imaginario de Salinas el período en el que el entreguismo institucionalizado terminó con la neoliberalización de las políticas públicas en México. En un argumento simplón, por decir lo menos, Salinas acusa a estos dos gobiernos de entregar al país al capital financiero internacional y de socavar la soberanía tomando como prueba el que la palabra soberanía no aparece en los informes presidenciales de Zedillo de 1999 y 2000 ni en ninguno de los de Fox. Evidentemente, el libro está plagado de intentos de convencer al lector que la crisis económica de 1995 fue consecuencia del “error de diciembre” de Zedillo.

No sólo extraña que Carlos Salinas sea el único que no considera que su administración fue neoliberal, también lo hace su mala memoria. Cuando hace referencia a su sexenio como presidente no hace referencia alguna a la grave crisis política en la que se hundió México entre los años 1988 y 1994, que desembocaron en un movimiento armado activo (el EZLN) de impacto considerable que acusaba el aislamiento y pobreza de las comunidades indígenas (aquéllas a las que Solidaridad no tocó), con asesinatos políticos como los de Luis Donaldo Colosio y José Fancisco Ruiz Massieu, y con las convenientes privatizaciones con las que pagó más de un favor. Si algo no extraña es la inconsistencia y simpleza del tercer eje del texto. Carlos Salinas pretende reconstruir una versión maniquea de la filosofía política en la que su “liberalismo social” se encumbra como la cúspide de un liberalismo que combina republicanismo y democracia. Esta reconstrucción resume su incoherencia cuando Salinas afirma: “El republicanismo original es indisociable de la democracia clásica: el gobierno por el pueblo y para el pueblo. De ahí deriva la sentencia actual, varias veces citada en estas páginas: «Nadie hará por el pueblo lo que el pueblo no haga por sí mismo».” Cualquier profesor de Teoría Política 101 diría que como teórico político, Carlos Salinas es un gran economista.